Hay muchas formas de chillar o de llamar la atención…, de refugiarse del mundo y sus aristas, del mundo y sus mentiras, del mundo y sus desengaños. Esa, al menos, puede ser una de las interpretaciones a extraer después de finalizar la lectura de la recopilación de relatos Mala letra de Sara Mesa, pues el universo descrito y visitado por sus personajes es muy parecido a una frontera que divide lo perverso de lo cruel, el hastío de la venganza, la sordidez de la mala conciencia; es decir, una sucesión de retos en los que todo parece que se redujera a desenfundar la pistola antes de que lo haga el contrario y, de paso, se nos invitara, una vez tras otra, a caminar por esa cuerda floja sin apenas darnos cuenta; una cuerda que sin embargo nos obliga a mantener el equilibrio y seguir erguidos sobre ella para no terminar aplastados contra el mastodóntico suelo. Realidad y ficción en continua lucha contra el último sentido de la vida que no nos permite ni estar siempre llorando ni tirarnos desde lo más alto del rascacielos de la ciudad. Es, en ese impasse, donde se mueven los relatos de Sara Mesa, cuyos personajes van a la deriva sin llegar a precipitarse del todo, o donde se muestran disconformes con el mundo en el que viven sin por ello saltarse las reglas básicas de la convivencia bajo la que se encuentran aislados.
Asimismo, en sus relatos también hay algo de ese terror interior que nos asalta a todos cada mañana, justo cuando debemos hacer frente a nuestras obligaciones, pues los planteamientos de sus personajes devienen en ocasiones en la animadversión que muchas veces todos tenemos a decidir entre lo bien hecho y aquello que no lo está (pues todo parece que se reduce a una simple interpretación de las normas), para, de ese modo, dar una salida plena a nuestras emociones, como si la vida fuera un mudo ajuste de cuentas con nosotros mismos que, sin embargo, cada vez que se queda abortado nos va destruyendo poco a poco. Por ejemplo, en el relato que abre el libro, El cárabo, la necesidad del miedo y de sentirse solo para ponerse a prueba es una forma de alejarse del mundo, pero también de uno mismo. Esa huida Sara Mesa la adorna con la reiteración de adjetivos acotados entre guiones, con los que consigue un ritmo interno que trata de evitar el despiste de los lectores. Algo que se reproduce en Palabras-piedra, un relato con un buen ritmo y un mejor desenlace, donde la repetición de los años de la protagonista es muy efectista, pues le da una unidad interior a la historia que parece reproducirse igual que si fuera un omnipresente eco.
Si bien Mala letra es un ejercicio de equilibro que en ocasiones nos recuerda el mundo de ficción sugerido por Alice Munro, como es el caso del cuento que cierra la recopilación, Mustélidos, no siempre la tensión acaba suspendida del fino hilo de la indeterminación, pues la culpa, la falta de libertad, los prejuicios, el miedo o la infancia están presentes de una forma tan indeleble en sus relatos que, en su conjunto, disfrutan de la maestría de alguien que sabe lo que hace, aunque haya alguno de ellos al que podríamos tildar de menor. No obstante, el resultado final es brillante, porque su autora sabe a lo que juega y, lo que es más importante, cómo quiere incidir en el lector, al que le inflige esas dosis de malestar que son tan necesarias en la buena literatura. Así en el relato Papá es de goma, esa náusea nos la proporciona la sordidez, el abandono y, cómo no, la última necesidad de supervivencia existente en todo ser humano. Sin duda, la autora nos quiere herir y, con ello, hacernos sentir mal y escarbar en nuestras entrañas, para, de ese modo, atacar de frente a esa conciencia nuestra tan plácida y abotargada por la sociedad del bienestar, perdón, del consumo, en la que nos desenvolvemos, por no hablar de la expiación de la culpa y de nuestros errores, tan presentes en el relato ¿Qué nos está pasando?, y con los que la autora nos traslada hasta ese territorio inexplorado que no sabemos que existe dentro de nosotros mismos hasta que nos hallamos perdidos dentro de él, consiguiendo, con ello, explorar nuestras grietas, y eso a pesar del miedo y la repulsión que nos proporciona aquello que vemos y no admitimos, pues somos incapaces de quitarnos esa máscara con la que nos protegemos de lo que no nos es grato asumir.
Esa tensión con la que tan bien juega Sara Mesa la lleva, en ocasiones, a dividir la narración en varias escenas, para, de esa forma, sazonarnos muy poco a poco la información necesaria para llegar a interpretar o reinterpretar lo que se nos cuenta, repitiendo, incluso, la frase final de una de las escenas en las posteriores, jugando así a la repetición de las imágenes que nos producen esas frases, para conformar de esa manera un extraordinario manejo del estilo narrativo.
Mala letra es un conjunto de relatos donde asistimos de una forma directa y sin adornos a la soledad, la sordidez, el abandono y la tristeza, a los que la autora introduce en un iglú que construye en mitad de un gran desierto de hielo, para de esa forma refugiarse del ruido imperante que nos vuelve día a día más sordos, quizá porque nuestra única salvación sea la de ir caminando por la cuerda floja sin apenas darnos cuenta, para que de esa forma,se nos permita seguir siendo personas, aunque sea a costa de tener que refugiarnos de un mundo que, cada día más, refleja la soledad del ser humano.
Ángel Silvelo Gabriel