Siempre fuerte
Un muy querido amigo me regaló hace unos días un libro titulado Martes con mi viejo profesor. En él se desgranan los encuentros verídicos de un alumno ya crecido, Mitch Albom, el autor, con su viejo y agonizante profesor enfermo de ELA las tardes de unos cuantos martes ya al final de su vida. En esas conversaciones se hacía un repaso a los temas universales: la familia, el amor, el miedo, el perdón, la vejez, la muerte… El anciano profesor aleccionaba a su alumno sobre algo tan vital como la muerte. «¿Es este el día?», le sugería que se preguntara cada día. Porque sólo estando concienciado de que podemos morir en cualquier momento podremos estar realmente comprometidos a vivir intensamente cada instante de nuestra vida. «Cuando aprendes a morir, aprendes a vivir» ¿Qué puede cambiar el hecho de enfrentarte a la muerte? Todo. Las cosas se ven… no de manera especial, sino de la manera en la que deberían verse, sobre todo para nuestro más aprovechable bien. Se quitan de encima de un plumazo todas las tonterías y hasta los peores acontecimientos se relativizan.
Esta semana hemos tenido un claro ejemplo de esto: ha muerto Pablo Ráez, el malagueño que se convirtió en las redes sociales en el símbolo de la lucha contra la leucemia y que logró disparar el número de donantes de médula en un mil por cien.
Pero lo curioso del caso en que, leyendo los posts de este joven en Instagram, me di cuenta de que no variaban en absoluto de las reflexiones del anciano profesor Morrie Schwartz. Pablo intentaba concienciar a quienes seguían sus comentarios sobre la importancia de las cosas más sencillas y, a la vez, más importantes: pasar tiempo con quienes amamos; felicitarnos cada día por el simple hecho de estar vivos, sin esperar a que lleguen santos, navidades o cumpleaños; ser agradecidos con la cosas que recibimos de los demás, desde una simple palabra amable hasta el más costoso de los regalos. Y, sobre todo, tomar conciencia de la esclavitud de este sistema basado en un consumismo monstruoso que destruye nuestro planeta a pasos agigantados y a nosotros mismos como seres humanos evolucionados. Él, sabedor, finalmente, de que se marchaba y de que toda la esperanza que derrochó en dar ánimos a quienes estaban en una situación similar a la suya y a sus familias al final se cerraba en un callejón sin salida, intentó enfocarnos hacia la belleza de la Naturaleza que nos rodea y la esencia del amor, incluso en un silencio final antes que ceder a la queja o a la desesperanza de quienes habían visto en él el héroe que necesitaban en sus angustiosos días hospitalarios.
Desgraciadamente, son bastantes las personas que como él intentan sobrevivir cada día en los hospitales a variadas y diferentes formas de enfermar el cuerpo y casi siempre el alma y no siempre se encuentran las capacidades o las fuerzas suficientes, no ya para dar ánimo a nadie, sino para aplicárselo a uno mismo. Así que sí, este chico ha sido todo un ejemplo a seguir por su afán de superación, de concienciación y de ayuda: lograr que un mil por cien de personas, que son personas y no números, hayan decidido donar médula para salvar la vida de otro ha justificado plenamente su vida.
He dudado a la hora de titular el artículo entre el «Siempre fuerte» que fue su hashtag para viajar por las redes sociales y concienciar a la gente de la necesidad de ser donantes y su «Feliz Vida»; pero de lo que no tengo duda alguna es de que personas como Pablo Ráez, cuya corta vida ha tambaleado el desequilibrio entre los enfermos de leucemia y las escasas donaciones de médula, son más necesarias que nunca en un mundo en donde hemos confinado fuera de nuestra existencia la muerte. La suya, llena de espiritualidad y de valentía, ha sido luminosa, porque, como él dijo para cerrar el telón de su vida, «la muerte no es triste, lo triste es que la gente no sepa vivir».
Ana M.ª Tomás