Tiempo de héroes (y de villanos). Por Carmen Posadas

Carmen Posadas

En 1992 el politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama se convirtió en una celebridad mundial gracias un libro titulado El fin de la historia y el último hombre. En él sostenía que la lucha de ideologías había terminado como consecuencia de la caída del comunismo, lo que propiciaba el fin de las guerras. Según él, tal coyuntura histórica dejaba como única opción viable la democracia liberal tanto en política como en economía. O dicho en sus propias palabras: «El fin de la historia en que nos encontramos significa el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, pues los hombres satisfarán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas». Eran los felices noventa, el mundo prosperaba y las sociedades avanzadas se miraban el ombligo. La corrección política nos volvió a todos más sensibles hacia causas como la vida sana, el ecologismo, el respeto a los animales. Crecía la clase media y a ella se incorporaban todos los años cientos de miles de personas. Primaba ser más solidarios, más tolerantes y comprensivos. Civilizados, en último término. Éramos dignos hijos del nuevo siglo que alumbraba, nunca antes el mundo había estado más lejos de la barbarie. Pero cayeron las Torres Gemelas y nació un nuevo monstruo fruto del resentimiento y fanatismo de unos (léase los islamistas) y de la imbecilidad de otros ( Bush y sus mariachis) y aquí estamos inaugurando el segundo milenio más o menos igual –increíble pero cierto– que como comenzó el primero, con guerras de religión. No quiero arruinarles la mañana hablando de lo que ya sabemos y tememos. Del avance del Estado Islámico, de su inaudita crueldad, ni de los millones de personas que huyen de ella. Sí me gustaría en cambio apuntar lo único bueno que estas confrontaciones tienen: el hacernos más humanos, el despertar lo mejor que anida en nuestros corazones. Con sesenta millones de refugiados y desplazados como hay en este momento en el mundo, aquella sociedad hedonista y narcisista cuyas mayores preocupaciones eran la obesidad, por ejemplo, o el más ramplón arribismo, de pronto se ha dado cuenta de qué va la vida realmente. Se acabaron las pavadas y jalear a «iconos» imbéciles como Paris Hilton o las Kardashian, ahora es tiempo de héroes. Como Jalid Asaad, de 82 años, que murió decapitado en ejecución pública y su cuerpo colgado de una columna por negarse a revelar el lugar secreto en que había escondido tesoros arqueológicos de Palmira. O como el niño Aylan, cuyo pequeño cadáver ha desatado la mayor ola de compasión de los últimos tiempos, obligando a los políticos del mundo entero a replantear su actitud con respecto a los refugiados. Ahora, todos estamos dispuestos a ayudar, a comprender, a compartir. Pero conviene no olvidar que si este es tiempo de héroes también lo es de villanos. Las emergencias sacan lo mejor pero también lo peor del ser humano y ahí están como muestra las patadas de la reportera Petra Laszlo o las primeros brotes neonazis en Alemania. Ahora mismo, no son más que feas excepciones condenadas por todos pero estamos solo al principio de esta nueva situación. ¿Qué pasará dentro de un año, y de dos y de tres? Fukuyama se equivocó estrepitosamente en los noventa pensando que era el fin de la Historia. Creyó que, muertas las ideologías, no habría motivos de confrontación, que todos seríamos civilizados, perfectos, miríficos, y no fue el único en creerlo. Olvidó –olvidamos– el factor humano. El hombre es capaz de todo lo mejor –como estamos viendo por fortuna en este momento– pero también de lo más mezquino, lo más abyecto. Conviene estar vigilantes por aquello que decía Cicerón (que era bastante menos cándida paloma que Fukuyama) de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla.

Carmen Posadas

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