Todo se detiene… y no pasa nada. Por Ana M.ª Tomás

Decir, de entrada, que el tiempo no existe, que es una mala fantasía la causa que nos hace vivir pendientes de un aparatejo atado, como una argolla de prisionero, en nuestra muñeca o en la pantalla de un teléfono móvil… puede sonar, como poco,  a parida de sábado; pero la realidad es que el fugaz saludo que la mayoría de las veces nos dedicamos con un «Hola y adiós, te llamo uno de estos días y hablamos; perdona pero es que voy pillado a una reunión», o al médico, o al trabajo, o a recoger a los niños, o al gimnasio… o adonde quiera que sea que vayamos, porque casi siempre vamos corriendo, justos de tiempo, o tarde…; lo cierto, como decía, es que un buen día una zancadilla de un cáncer, un mal regateo de un infarto, una mala jugada de un accidente…, un atentado… nos  para de golpe, y todo se detiene sin detenerse nada. Nuestra vida frena en seco y salimos volando rumbo a la inactividad más insufrible, la depresión más insoportable o la muerte. Ya saben que el cementerio está lleno de imprescindibles. Y sí, nuestra vida se para, pero resulta que nosotros sólo somos un minúsculo puntito en este maravilloso universo que sigue como si nada hubiera ocurrido. Nos sustituyen en el trabajo, nos anulan la cita en el médico o nos ingresan más cerca de él, nos reemplazan en algunos corazones y en los otros, imposible de ser reemplazados, llenamos nuestra ausencia de recuerdos irrepetibles. Pero todo continúa.

Y seguimos repitiendo frases hechas sobre la importancia del presente y la incapacidad de asir el futuro o la inutilidad de darle vueltas al pasado, aunque a veces no nos vendría nada mal echarle una miradita larga y aprender de los errores: a fin de cuentas el presente no deja de ser el pasado del futuro. No estaríamos hoy en jornada de «reflexión» si aprendiéramos a poner en  práctica la «reflexión» de manera sistemática y no sólo la víspera de las elecciones, pero es evidente que no funcionamos así, y así nos va.

Me gusta un anuncio televisivo en donde un chico hace suya la hermosa idea de que el tiempo es el capital más importante que tenemos los humanos diciendo que cuando nació era el hombre más rico del mundo y al morir será el más pobre porque lo verdaderamente importante en la vida es el tiempo. Sin embargo, no nos duele decir que andamos perdiendo el tiempo o que hacemos tal o cual cosa para «matar el tiempo» sin saber que, tarde o temprano, el Tiempo se vengará abriéndonos los ojos y haciéndonos ver que sí, que el tiempo voló, pero que pocas veces fuimos nosotros el piloto. A veces, desde esa brusca frenada, nos da una nueva oportunidad de valorar los ochenta y seis mil cuatrocientos segundos de cada día, y de entender que toda una eternidad cabe en cada uno de esos instantes. Y lo que parecía una penosa enfermedad o una pérdida irremediable se convierte en una hermosa linterna, qué digo linterna, faro que nos trastoca toda nuestra jerarquía de valores y nuestras prisas. Y entonces la falta de tiempo se convierte en un tiempo aquilatado y sin prisas y vuelve el gozo, si es que alguna vez se tuvo o se descubre, de las cosas más simples: detenerse ante la alegría de unos niños jugando; permitirse disfrutar del placer de las sábanas rozando en la piel antes de levantarse; de olvidarse de los amigos cibernéticos y del móvil (¿han visto ustedes una triste foto de la selección argentina de fútbol tras la victoria ante Venezuela? Todos ensimismados con su móvil en lugar de andar brincando y gozando de su triunfo) y rescatar la conversación personal con la familia o los amigos; de una puesta de sol; un paseo; retomar la lectura para la que jamás se tenía tiempo o, simplemente, no hacer nada, permanecer en una quietud desconocida y sosegante que tiempo atrás nos hubiese producido un ataque de nervios o de pánico. Pero, tristemente, es necesAna Mª Tomás Olivares. Foto ©Joaquin Zamoraario atravesar la oscuridad del túnel de la fragilidad humana para hacernos conscientes de que «cada día somos lo más viejo que podemos ser y lo más joven que nunca volveremos a ser jamás» y que, en cuestión de deberes con la vida, hacer las paces con el Tiempo… es vital.

Ana M.ª Tomás

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Un comentario:

  1. Gracias por tu reflexión, tan necesaria, y gocemos de este tiempo que nos ha sido concedido.
    Muchos besos.

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