Y ahora… fábrica de bebés
Hace años me impactó una noticia que hablaba de una mujer que había albergado en su vientre un óvulo de su hija fecundado por su yerno hasta dar a luz a una preciosa criatura. Su hija había sufrido un cáncer cuyas secuelas la habían dejado estéril; pero, antes del tratamiento, se logró el milagro de que su propia madre pudiera regalarles un hijo de ambos. La mujer dio a luz a su nieta. Recuerdo que me sacudió un cúmulo de emociones, de entrada el propio hecho biológico de parir a un ser que, científicamente, no es tu hijo, sino tu nieto; después la grandeza, la generosidad de esa madre que no sólo le dio una vez la vida a su hija, sino que le regalaba la mayor razón por la que vivir. Después de eso, ya sabemos todos lo que nos ha venido: famosos y famosas pero, sobre todo, hombres exitosos, con dinerito, y que quieren tener hijos sin tener que compartirlos con la madre, por ejemplo el jugador del Real Madrid Ronaldo, o sin mantener relaciones sexuales con mujer alguna, como Ricky Martin. Muchos matrimonios con problemas de fertilidad y, al parecer, en mayor porcentaje gays y lesbianas tenían resuelto el problema de saciar sus ansias de ser padres, por muchos problemas que pareciera poner la legislación española actual, puesto que, desde el 2010, una instrucción de la Dirección General de Registros y Notariado permite la inscripción de estos niños en el Registro Civil como hijos siempre que uno de sus padres sea español. O sea, puesta la ley, puesta la trampa.
Pero, claro, la gestación «subrogada» –vaya palabreja para definir un problema tan grave– es un agujero negro por donde se cuela la débil frontera entre la generosidad y el negocio y, sobre todo, el brutal hecho de convertir a la mujer en una mera fábrica de seres humanos. Así que, cuando hace unos días leí en este mismo periódico que nada más y nada menos que «Cincuenta entidades exigen a los partidos que no legalicen los vientres de alquiler» una bocanada de fe en el hombre anegó mis pulmones. Y más que nada porque entre esas asociaciones estaban colectivos de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales. ¡Bien! Cuando escucho algo relacionado con este tema no logro sacarme de la mente la imagen de una mujer en una cama reposando tras una amenaza de aborto, con cuatro niños pululando por la habitación como moscas cojoneras junto a un sujeto con una pinta de vago integral diciéndole a la reportera que era el octavo embarazo de su mujer, el cuarto de gestación subrogada y que los padres de los bebés se encargaban de que todos estuvieran bien, que les ayudaban económicamente. ¡¿Mande?! El payo se había «arregostao» a vivir del vientre de su mujer. El silencio de ella y la cara cansada… eran todo un poema que dejaba, ante los ojos del espectador que quisiera ver más allá de lo que las imágenes mostraban, la cruda realidad de una pobre mujer convertida en negocio.
¿Quiénes creen ustedes que saldrán voluntarias y felices dispuestas a sufrir las tropelías que produce un embarazo…? ¿Niñas de papá como Paris Hilton, «la» Lamborghini, o alguna Kardashian? ¿O pobres mujeres empobrecidas y dispuestas a traficar o negociar con su cuerpo por apenas un mínimo sueldo que les permita sobrevivir? ¿Generosidad? ¿Qué les importa el sufrimiento de una pareja, da igual si es de dos hombres, dos mujeres o un hombre y una mujer, de no poder tener hijos? ¡Por Dios!, bastante tienen ellas con su propio sufrimiento como para pensar en el de nadie. Por supuesto que es un acto de generosidad total, quienes no hayan estado o vivido un embarazo no tienen idea de cuanta; pero… ¿si no hubiera dinero de por medio… lo harían?
Yo, como esas cincuenta entidades, tengo muy claro que legalizar los vientres de alquiler es abrir la puerta a una nueva fórmula de esclavitud de la Mujer, a convertirla en mero receptáculo y fábrica de bebés, en anularla como ser humano explotándola de una de las formas más viles… mientras el mundo entero está desbordado de huérfanos hambrientos de pan y de cariño. Y lo peor de todo es que la televisión, el famoseo y los imbéciles que alimentamos esa audiencia estamos convirtiendo el hecho extraordinario de tener un hijo fuera de nuestras fronteras con una madre de alquiler (si es que… las palabras…) como algo totalmente normal en donde aplaudimos al Kiko de turno y nos emocionamos con sus lágrimas por haber logrado ser papá. Eso sí, la madre nunca sale, jamás aparece. Quizá esté a la espera de que su hombre renegocie un nuevo embarazo que la debilite un poco más pero que le permita llenar la nevera.
Ana María Tomás