¡Chapas y magres! Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XLVIII)

 

Magres frescos

 

¡Chapas y magres!

      Algunas mañanas, Cholo, no muy entrado el día, se llegaba hasta el caserío un hombre con una moto que llevaba en el portaequipaje que se disponía sobre la rueda trasera, una caja con pescados entre hielo picado y cubierta con un paño húmedo. -Me dijo mi pupilo, comenzando su historia diaria.

      -¡Chapas y magres! -Voceaba el pescatero. ¡Chapas y magres!

      Y los niños corrían a mirar los ejemplares y oler ese especial aroma de los peces del Mar Menor, mientras las amas de casa comprobaban la variedad, calidad y tamaño de los pescados, se quejaban de los precios («¡madre mía! -murmuraban- ¿a dónde vamos a llegar a parar?» ) y, en definitiva hacían la compra.

      Se llama por allí magre, a la herrera o mabre, especie que en toda la laguna salada abunda, porque su hábitat ideal son los fondos arenosos y, de ellos, no faltan en el Mar Menor.

      Y son las chapas, ejemplares diversos también de los espáridos, como sargos, mojarras y raspallones que reciben su apelativo por su forma aplanada.

      -Riquísmos, Cholo. ¡Riquísimos!

      -La alta salinidad del mar menor hace que estos peces, de reducido tamaño, tengan un sabor inigualable. Y, qué decirte los reyes de todos: las distintas variedades del mújol: pardete, galupe, galúa, lisa y nosraguto, junto a las doradas y salmonetes (que no sólo el sabor, sino también el color es especial). Singularmente los de la «Encañizá», cuyo mújol y dorada, a la sal, no tienen parangón. ¡Y sin olvidar el magnífico chirrete!

      -La Encañizada, Cholo, es un inteligente sistema de captura de peces, de origen árabe medieval. Se trata de organizar un sistema de laberintos circulares con cañas y redes, en el que los peces, atraídos por recebos, se introducen cuando son de pequeño tamaño y, al crecer dentro de ella, no pueden regresar a mar abierto, atrapados entre las artes de “paranzas” y “embustes”. -Me explicó mi pupilo.

      -Era una fiesta cuando aquel pescado llegaba a los caseríos del interior -ha continuado- y a la hora de la cena se inundaban los ejidos del olor a su hechura a la pancha. Eran tan frescos que, una vez pasados por la plancha, con un raspón con un tenedor o, incluso, con un simple pellizco en la piel, quedaban limpios y listos para comer. Era, sin duda, una verdadera fiesta gastronómica, tan sencilla y barata.

      Al caserío llegaban también traperos y buhoneros, pero te hablaré de ellos otros días. Por hoy nos sobra rememorar aquel pescado inolvidable. -Me ha terminado de decir, mientras nos encaminábamos hacia el dormitorio.

      (Continuará).

 

 Gregorio L. Piñero 

           (“Magres” del Mar Menor. Foto de “sushi de anguila”).

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