Country Road.
Cada cierto tiempo tengo la sensación de llegar al final de una etapa. No lo marca ningún hecho concreto, sino la sencilla sensación de que algo ha cambiado y nada volverá a ser lo mismo. Los finales avanzan a paso firme y nos van dejando atrás. Miro por la ventana y me sorprende descubriendo que el día que se mantiene igual de frío e igual de brumoso que ayer. Las gaviotas graznan. Puede que sea de hambre o quizás de puro hastío. El sol no consigue levantar el gris que cubre el cielo. Que lo cubre todo, en todos los sentidos. No sé por qué me sorprende. Enero y esta ciudad son así. La vida es así, con claroscuros que a veces se empeña en tornarse en grises intensos que desdibujan los apunte de color. La edad madura relega a tiempos pasados lo particular de las alegrías espontáneas. Todo se magnificaba hasta convertirlo en un imprescindible. El ayer pierde fuelle frente a un hoy emborronado y pastoso. Algo se ha apoderado del tiempo y lo ha vuelto machaconamente triste. Nos queda el cuaderno y desbarrar ahí, sin que nadie nos juzgue, sin que a nadie le importe nada, nada de lo que decimos, nada de lo que sentimos, nada de lo que nos mueve. No nos debemos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Todo es relativo, menos el punto final y la sensación de que cuando algo desaparece lo hace para siempre.
Anita Noire