Agente secreto. Por José Fernández Belmonte

pistola

 

 

El anuncio lo dejaba claro: Se busca agente secreto. Bueno, lo de claro es un decir. Debajo de ese escueto texto aparecía únicamente un número de teléfono. Como ningún camarero me miraba, arranqué la hoja del periódico y la guardé en el bolsillo.

Aquella tarde, mientras paseaba por un jardín sorteando todo tipo de inmundicias y excrementos caninos, llegué a la conclusión de que, por fin, había descubierto mi auténtica vocación: ¡ser agente secreto!

Al llegar a casa desempolvé varias películas en VHS de Sherlock Holmes y James Bond. Durante toda esa noche las visualicé, mientras hacía justicia a veinticuatro latas de cerveza de marca blanca y a seis bolsas gigantes de Cheetos. Hacía más de una década que no utilizaba el viejo reproductor de vídeo pero, por fortuna, aún funcionaba.

Sin dormir, me lancé a la calle con mi viejo chándal azul con rayas blancas a los lados, con la intención de agilizar mi puesta a punto. A los cinco minutos comencé a sentirme mal y, poco después, desperté en una camilla del pasillo de urgencias del hospital.

Tras percatarme de que nadie me observaba, me quité el gotero. De un salto me bajé de la camilla, me quité la horrible bata azul que alguien, durante mi inconsciencia, me había colocado, y puse pies en polvorosa.

Al llegar a casa, sin más preámbulo, agarré el teléfono y llamé.

-Detectives Anacleto: ¿En qué le podemos ayudar? -dijo una voz femenina.

-Llamo por lo del anuncio del periódico.

-¿Ha encontrado usted a nuestro agente?

-No. Yo no he encontrado a nadie. Yo lo que quiero es ser agente secreto como los de las películas.

-Usted se equivoca, caballero. Nosotros no queremos más agentes: buscamos a uno que se nos ha extraviado.

-¿Cómo si fuera un perro? -le pregunté.

-¡Oiga, caballero, sin faltar! -me recriminó la mujer.

-¿Entonces no necesitan agentes?

-No. Ya le he dicho que no.

-¿Y cómo era ese agente que han perdido?

-Tiene usted la foto en nuestra página web. Ofrecemos una recompensa por cualquier información que nos pueda ayudar a dar con su paradero.

-Es que… usted no me va a creer, pero no tengo Internet.

-¿Que no tiene usted Internet?

-No. Como no tengo ordenador, ni tableta, ni nada de eso, pues no tengo Internet.

-¿Y qué edad tiene usted, si se puede saber?

-Claro que sí, señora, faltaría más, tengo ochenta y seis años, para servirles a Dios y a usted.

-¿Y no cree que ya está usted un poco mayorcito como para estar llamando para reírse de la gente? ¡Vergüenza me daría! -exclamó la mujer.

-¡Oiga, señora!

-¡Ni oiga ni leches!

Y me colgó el teléfono.

Después de aquel suceso, me he dado cuenta de que, probablemente, no soy el candidato ideal para ser un nuevo agente secreto a lo James Bond. Para no aburrirme, me he apuntado a unas clases de informática para jubilados.

En la clase, tengo una compañera rubia que me hace tilín. El otro día me preguntó que a qué me dedicaba antes, y yo, en voz baja y poniendo la mano delante de mi boca para que nadie lo escuchara, le dije al oído: «Rubia, antes era agente secreto, pero, por favor, por nuestra seguridad, no se lo digas a nadie».

Desde ese día la tengo en el bote.

 

José Fernández Belmonte

Blog del autor

2 comentarios:

  1. Elena Marqués

    Don José, me descubro ante su agente secreto. No sé si a estas alturas lo habrán encontrado o seguirán estudiando las diferencias entre las oraciones impersonales y las de pasiva refleja y otras trampas del lenguaje.
    Fabuloso.
    Muchos besos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *