-¿Se puede, doctor? -dije antes de entrar. Nunca se sabe que puede estar sucediendo detrás de la puerta en la consulta de un psicólogo. Además, soy muy educado y cuido mucho mis modales.
-Sí, pase joven, por favor- respondió el médico.
Eso de joven, me gustó. Cuando uno está a punto de cumplir cuarenta y seis años, un cumplido de ese calibre, se agradece un montón.
-Gracias por lo de joven -le respondí, mientras escrutaba en su mirada, como siempre suelo hacer, el perfil humano que se escondía tras aquella bata blanca y esa cara redonda como un pan de carrasca.
-Y cuénteme, Señor Fernández: ¿cuál es su problema?
-Pues… no sé como explicárselo, pero en resumidas cuentas es que no puedo dejar de leer. Todo es dejar de trabajar y agarrar un libro y dale que te pego hasta el final. Dinero que cojo, dinero que me gasto en libros. Incluso, y esto no lo sabe nadie, he llegado a robar libros de las casas a las que voy de visita. Nunca los echan en falta porque usted y yo sabemos que los tienen de adorno. Cuando leo los que robo siento incluso más placer que con los que compro. ¿Cree que esto que tengo es muy grave, doctor? -le pregunté con preocupación.
-Pues, no, no debe usted preocuparse. Peor hubiera sido que le hubiese dado por asesinar a los vendedores ambulantes que pasan en verano por las playas, durante la siesta, vendiendo ajos sanjuaneros, arreglando sofás, o afilando cuchillos y tijeras. ¿A usted no le han dado nunca ganas de bajar corriendo y agarrarlos por el cuello y estrangularlos? -me preguntó el psicólogo con la vena del cuello hinchada y los ojos enrojecidos y fuera de sus órbitas.
-La verdad es que no tengo casa en la playa. Aunque estoy pensado en comprar una -le contesté.
-Me alegro de que le vayan bien las cosas. Da gusto escuchar a alguien que, hoy día, se puede permitir el lujo de comprar una casa en la playa -me respondió.
-Pues si le cuento cómo conseguí el dinero con el que podría comprar esa casa no se lo cree -le comenté.
-Cuénteme Señor Fernández, cuénteme, soy todo oídos.
-Como le he dicho antes, casa que visito, casa de la que me llevo un libro. Pues bien, me invitaron a la fiesta de cumpleaños de un compañero del equipo de fútbol de mi hijo. Por lo visto, su padre tiene varias empresas vinculadas a la industria conservera. Y cómo se puede usted imaginar, mientras los chavales soplaban las velas yo me soplaba un Quijote antiguo con tapas de piel que me llamó la atención de una estantería que había en el fondo de un pasillo que conducía al retrete. Lo puse debajo de la cacheta que llevaba colgada del brazo y así estuve hasta que le dije a mi hijo que ya teníamos que recogernos.
-¿Y era una edición muy antigua y valiosa o qué? -me preguntó intrigado el doctor.
-No, nada de eso. Era un libro falso que escondía en su interior una caja de caudales repleta de billetes de quinientos euros. ¡Vamos, dinero negro! ¡Más negro que los huevos de Gómez!
-¿Lo dice usted en serio? -me cuestionó el freudiano.
-Piense lo que quiera. Yo en realidad he venido aquí a ver si tiene usted alguna solución para lo mio. ¿Qué cree que puedo tener doctor?
-¿Acaso no sabe usted contar? -dijo el médico.
-No me refiero al dinero, me refiero a lo de no poder dejar de leer.
-Usted tiene un ataque severo de aprendicitis -me diagnosticó.
-Doctor: ¿Eso es muy grave?
-Depende. ¿Qué ha leído últimamente, a ver? -me interrogó.
-Lo último: El país de las últimas cosas, de Paul Auster. Antes seis novelas seguidas de Amélie Nothomb. Fin, de David Monteagudo. El viaje del elefante, de José Saramago. El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski. Tres ataúdes blancos del colombiano Antonio Ungar. Un montón de libros del polaco Slawomir Mrozek. ¿Sigo o le aburro?
-Por lo que veo le dan igual civiles que militares, ¿verdad?
-Así es doctor, es como una droga. Leo lo que pillo. Me da igual el género, el estilo o la nacionalidad del autor. Fíjese que he remitido un correo a una productora de cine porno para que utilicen más diálogos en lugar de tanta onomatopeya. Leo. Leo. Leo sin parar. Hasta todas las noches me ha dado por cenar sopa de letras. No estoy bien. Yo sé que no estoy bien, doctor.
-La verdad, Señor Fernández, tendré que documentarme más en profundidad sobre su enfermedad. No tengo mucha idea sobre su dolencia -me confesó el psicólogo.
-Podemos hacer una cosa, si le parece bien, me dice usted el libro que tengo que leer para entender lo que me pasa y así se ahorra usted el esfuerzo. ¿Qué le parece? -le propuse.
-No, no, eso no me parece bien. Venga usted en quince días y continuamos la terapia.
-Por cierto, doctor, ¿en qué playa me recomienda que compre mi chalecito?.
-Le vendo el mio. Lo tengo repleto de libros de Stephen King, Dean R. Koontz, Edgar Alan Poe, Lovecraft, etc. De hecho, creo que los libros que contiene valdrían tanto como la propia casa. ¿Le podría interesar? -me ofreció el terapeuta.
-Puede ser- le respondí. En quince días lo hablamos. ¿Le parece?
-De acuerdo, espero poder ayudarle -me dijo el doctor.
-Igualmente -le respondí.
La verdad es que me ha caído bien este tipo. Su biblioteca es un poco rara, pero me vendría bien para ampliar mis conocimientos sobre el género de terror. Lo de agarrar del cuello al afilador o al de los ajos sanjuaneros, tiene su morbo. Quizás le compre la casa. En estos días me lo voy a pensar…
José Fernández Belmonte
Ten cuidado, que con esa biblioteca igual acaba estrangulando vendedores de ajos sanjuaneros.
Me ha encantado. (Jo, cómo envidio a los que saben construir un buen diálogo.)
Un abrazo.
No te recomiendo que compres casa en la playa, estan caras y no es una buena inversion. Gastatr ese dinero en libros y te enriquecerá mas. Espero ansioso el desenlace
La verdad es que no hace falta padecer ninguna patología mental, ni siquiera ser psicólogo, para que te entren ganas de acabar con los días del afilador cuando avisa de su paso a las horas de la siesta. No digamos ya con la del vendedor de ajos sanjuaneros.
Muy bien; divertido, original.
Saludos.
ERES GENIAL LA VERDAD QUE ES UN PLACER LEER PERO LO ES MAS IMAGINAR LO QUE ESCRIBES.
¡Qué ilusión me hacen esos comentarios! Muchas gracias Elena, Antonio Ginés, Thomas y Katherine, y, cómo no, a Canal Literatura por brindarme la oportunidad de participar. Gracias.
Siempre sorprende en tu blog con tus historias, tu buen sentido de humor hace que cada personajes traspase la mente de quienes leemos tus relatos. Son diálogos bien contados y con sentido común. Muchas felicidades José y gracias por hacer de tu blog un aprendizaje y entretenimiento.
Gracias Ceci por tus palabras. Al final se me va a subir el pavo a la cabeza!!