Flora y Trompita. Por Mar Solana

Para M.A. por su sensibilidad, su cálida amistad y su gran generosidad… y porque siempre está ahí para echarme una mano con el buril de las letras…

Había una vez una flor muy bella a la que una lluvia delgadita, con sonrisa de arcoíris, le planchaba su traje de pétalos de seda, azules y blancos. Vivía en el bosque azul llamado “De las Cuatro Ninfas”, tenía las hojas muy verdes y el tallo más bonito del bosque. Su nombre era Flora y lució mucho tiempo tersa y fresca como un melocotón en verano. Sin embargo, ahora estaba enferma y todo lo que le rodeaba, de color amarillo pajizo, se había secado y se quebraba con el más diminuto de los pasos. Como los de Glïky,  el duendecillo, que caminaba con sus cortas piernas a brinquitos menudos. Era el guardián del bosque y cuidaba de todas las plantas. De pronto, algo había crujido bajo sus rojas botitas y vio, con triste sorpresa,  como Flora se marchitaba entre los quejidos de una tierra seca.

Flora no podía dormir desde que comprendió las cosas que se había perdido por presumida y egoísta. Rechazar a Trompita, el abejorro, fue un error, ahora lo sabía. Se extendió la voz por el bosque, tan rápido como un fuego, de que la engreída flor no quería en sus estambres más insectos que le arrugaran su belleza. Pasaba las noches con su vestido de seda totalmente abierto a la incertidumbre de la madrugada. Su carita de estambres, su tallo y sus hojas colgaban mustios, ni siquiera el primer rocío de la mañana conseguía reanimarla. Ya no tenía energías para protegerse de noche y así deslumbrar por el día. Con las pocas fuerzas que le quedaban, y entre suspiros de agotamiento, le había suplicado ayuda a la señora Luna. La señora Luna avisó al Mago Lumbrel, que era el responsable de todas las criaturas del bosque. El Mago, con la sabiduría de sus fábulas, alimentaba el corazón del duendecillo y de las cuatro Ninfas; así, en silencio, ayudaban a todos los habitantes del bosque. El  Mago Lumbrel llamó al duendecillo y le pidió que fuera a ver a Flora lo antes posible. Mientras tanto, él iría en busca de Daphne, la Ninfa que cuidaba de los árboles y las cosechas, y de Ondina, encargada de que la tierra no pasara sed. También buscarían a Eolina, ayudaba a esparcir muy lejos las nuevas semillas, y a Samdra, que encendía hogueras para regalar luz a la oscuridad.

─ ¡Deprisa, deprisa…! ¡Flora está muy malita!─gritó Glïky, al encontrarse con el Mago y las Ninfas. Daphne caminaba a elegantes zancadas con sus piernas largas como estambres. Le seguía Ondina, mostraba su particular brillo líquido en sus ojos de espuma; y Samdra, con sus chispeantes brazos y piernas de fuego. Alrededor de ellas, nerviosa, desplegaba sus alas de plata Eolina.

─ Ningún insecto ha conseguido extraer ya nada de mis jugos, ¡estoy tan seca! Han buscado a Trompita sin descanso, él podría libar todavía en alguno de mis pétalos y, aunque yo muera, esparcir mis semillas en el bosque… Trompita es el abejorro que mejor conoce los rincones donde atesoro mi néctar, si es que todavía me queda alguno. Le eché de mi lado con desprecio, creía que cada vez que él bebía de mí, yo me volvía fea y vieja…─les explicó Flora con tristeza, mientras se dejaba abatir de nuevo sobre la tierra seca.

─ ¡Se me ha ocurrido un plan con el que, además de salvarte, tendrás muchas hermosas florecillas junto a ti! ─exclamó Lumbrel con regocijo. Flora le dedicó una mirada cansada pero llena de esperanza.

─Dime, Mago, ¿de qué se trata?

Bajo las órdenes de Lumbrel, Eolina rebuscó entre los estambres de Flora algunas semillas. Ondina regó con su agua fresca el rincón que momentos antes Glïky, con ayuda de Samdra, había dejado limpio de hojas, broza y maleza. Y se sentaron a esperar…

Pasaban los días y Flora no mejoraba, cada vez se encontraba más débil.

Y ocurrió que una mañana apareció Trompita. Se acercó a Flora y le regaló el beso más largo y dulce que ningún abejorro diera nunca a una flor. Ayudado por Eolina, esparcieron con sus alitas las últimas semillas por el marchito hogar de nuestra flor. Ondina volvió a regar el lugar y a impregnarlo de amor y esperanza. El Mago Lumbrel, alrededor del calor de la hoguera que Samdra acababa de encender, les alentó con sus fábulas mágicas.

Después de una larga noche de inquietud y tristeza, con la primera sonrisa del sol, todos descubrieron con sorpresa que Flora volvía a ser la más radiante del lugar; a sus pies se abrían un montón de preciosas florecitas. Glïky, el duendecillo, brincaba entre todas ellas lleno de júbilo.

Mar Solana
Blog de la autora

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