Alraune paseaba aburrida por la playa. Era la última noche de aquel dilatado ciclo anual y además, cumplía quince años; no le apetecía celebrar la tradicional fiesta del Kariadme, la velada más larga del solsticio, ni el –un poco salvaje y peculiar- ritual de iniciación al mundo adulto. De pronto, sus pies desnudos tropezaron con algo áspero y aristado. Se agachó y, antes de observar con detalle ese extraño objeto que la había lastimado, puso su mano, grácil como la pluma de un cisne, en la herida. Alraune conocía los dones más ocultos y ancestrales de la sanación y su pie recuperó la compostura con la rapidez de un pestañeo. Cogió aquella cosa enterrada en la arena y la miró con detenimiento. Era una delicada cajita hecha de conchas; fuerte y rugosa. Con ese impulso que nace de la osada curiosidad adolescente se dispuso a indagar en su interior… Esa noche, su madre le iba a legar uno de los secretos mejor custodiados entre generaciones: la fórmula para fabricar la más codiciada hidromiel del Valhalla. Al cumplir los quince, las madres de la casta que guardaban el misterio de tan selecto brebaje, les donaban a sus hijas la preciada receta. Alraune pensó que aquel curioso cofrecito marino era una sorpresa de su madre, lo había depositado entre la arena para que ella lo encontrara; quizás contenía los pasos del maravilloso néctar fermentado… Cuando por fin levantó la tapa de aquella peculiar caja, un polvo granate, cobrizo y dorado comenzó a esparcirse por todas partes. Alraune tuvo miedo y la cerró de golpe; el polvillo se depositó sobre la arena. Un desconocido sentimiento de gozo y alegría le impulsó a abrirla de nuevo. La nube de colores rúbeos empezó a diseminarse por su cuerpo. Percibió un agradable cosquilleo en los labios, ávidos y carnosos, y la lengua se humedeció inundándola una intensa sensación de placer y felicidad. Alraune cerró los ojos como si siguiera el compás de una boca invisible y sus mejillas se ruborizaron. Por sus incipientes senos se asomaban, tímidos y temblorosos, unos pezones aceitunados y turgentes. Un dulce hormigueo entre las ingles le impulsó a separarlas; se sintió la mujer más dichosa del mundo y un penetrante sentimiento de amor le hizo derramar algunas lágrimas… «¡Oh, Dioses…! ¿Qué ha sido lo que me ha turbado así? ¿Qué diablos contiene esta misteriosa arca?»
Cuando la muchacha recuperó su estar, se vio tumbada en la arena, semidesnuda y abrazando la caja marina con todas sus fuerzas. También amaba a su madre y hermanas, pero jamás sintió por ellas aquel desconocido y atractivo placer. Abrió de nuevo el cofrecito y escondido, entre algas y arenilla, descubrió un trozo de lienzo amarillento y desgastado. Unas letras rúnicas rezaban así:
«Vengo de los más alejados confines del universo. He llegado hasta ti desde el barco de las descomunales protuberancias del hierro rojo, allende los gélidos mares del Norte. Si me has encontrado significa que mi cofre de amor ha naufragado en tu orilla y que yo estaré en el Valhalla a la espera de mi cruel destino…»
Al final, tras algunas palabras ininteligibles, se leían unos versos:
En la noche fueron hombres,
con petos tachonados,
sus escudos brillaban
en la luna menguante…
«Agilaz, un arquero caído en batalla», rubricaba esas palabras que eran, en aquellos momentos para los azules ojos de la hija de Odín, más dulces y deseadas que la hidromiel o el secreto mejor guardado. Agilaz, un guerrero insumiso que no aceptaba su destino y Alraune, una valquiria aburrida que había descubierto, merced al audaz vikingo y a su caja mágica, el más bello de los sentimientos.
Esa noche, Alraune resolvió con delectación a quién no agasajaría con su hidromiel y a quién no iba a elegir para que se convirtiera en un einheri. Excitada, lo planeó todo para ayudar a Agilaz a escapar del Valhalla y huir con él. Alraune sabía que sus besos y caricias serían mucho mejores que los de aquel extraño cofrecillo.
Mar Solana
Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
marsolana@canal-literatura.com
A quien pueda interesar (es la cuarta vez que intento dejar este comentario con mi precaria conexión a internet en estos momentos…):
El «Kariadme» no existe, me inventé la palabra para designar una fiesta equivalente a nuestra Nochevieja. Significa el final o la muerte de un ciclo y el comienzo de otro…
El «Valhalla» (salón para los muertos»), según la mitología nórdica, era el lugar al que llegaban los guerreros Vikingos caídos en batalla, elegidos por el dios Odín y guiados por las Valquirias…
Los versos no son míos ;), los he copiado del «Völundarkviða Nórdico» de la Edad poética.
Saludos desde mi Luna 🙂
Precioso relato, que recuerda el amor entre Zeus y Dánae; sin duda las mitologías han ido bebiendo unas de otras; pero si es que al fin y al cabo, en esto de las historias está casi todo dicho. Malamente como me salen a mí, y excelentes como las escribes tú.
Me gusta.
Hola, 81:
Un buen amigo me dijo, hace poco, que había leído un artículo donde una escritora realizaba un magnífico análisis sobre los temas a explotar por los escritores; incluso los había dividido en siete categorías y, como bien comentas, no había más que inventar, ya estaba todo contado 😉 Milan Kundera también vaticinó algo parecido: dijo que la novela, ya en los albores de finales del siglo XIX y primeros del XX, sería una repetición de temas; sin embargo, contadas por autores más maduros e individualistas… El mismo vino pero distintas cosechas, no hay uvas que no hayamos catado 🙂 Gracias por tus palabras, 81.
Un abrazo.
Incursión poética y afectiva en el sugerente universo de las leyendas celtas.
No es difícil establecer comparaciones entre tales leyendas y los comportamientos en la sociedad en que vivimos, comparaciones de las que salimos muy mal parados. Conceptos como la lealtad, el honor, el respeto o los sentimientos nobles, hoy en día apenas se practican más que como elementos de las narraciones de ficción.
Excelente, Mar.
Hola, Atticus:
Sí, con el paso del tiempo y las ‘fraguas’ humanas de tantos siglos muchas actitudes han fermentado (incluso hieden) y se nos han caído del bolsillo ciertos valores que ahora parecen agujas en un pajar, nadie quiere agacharse para buscarlos, ¡ni con linterna! 😉
Gracias por tu lectura.
Un enorme abrazo, querido Atticus.