La llegada. Por Ángeles Morales


Le gustaba a rabiar, casi tanto como las torrijas que hacía su madre los domingos, bien fritas pero jugosas por dentro con esa canela que se derretía en la boca al masticarla; más que el helado de fresa y chocolate, una combinación perfecta y afrodisíaca que se permitía al inicio de cada verano y que saboreaba sentada en el parque, con las piernas muy juntas y el bolso en su regazo para no tener que pasar la vergüenza de caminar dando chupadas a aquellas bolas inmensas; mucho más que subir en bicicleta las cuestas de su pueblo empinadas y sin asfaltar, derrapando a propósito para amedrentar a alguna anciana que se atravesaba a paso lento en su camino; más incluso que no hacer nada las tardes de invierno, excepto estar tumbada en el sofá, medio adormilada observando la oscuridad prematura de las tardes; más, mucho más, le gustaba hasta el infinito. Por eso no lo dudó , cuando Pablo salió del coche se acercó con sigilo, sacó la pistola del bolso y le disparó.
“Odio las cosas que me gustan con desmedida”.
Y se marchó a casa a comer torrijas.


Ángeles Morales

Un comentario:

  1. Desde la comodidad de mi sillón leo pensativo mirando las llaves del coche. Tengo que recojer a mi novia y ahora recuerdo que le gustan las torrijas. Las adora. No sé qué hacer. Si ir a buscarla o dejar pasar el tiempo releyendo este estupendo relato.

    ¡Miedo! ¡Siento miedo!

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