Abrió los ojos. Se encontraba muy confusa y mareada. Le dolía la cabeza y sentía una intensa punción en su abultado abdomen. No conseguía enfocar bien la vista. Una mancha verde, ocre y marrón se extendía en su horizonte, parecida a esos chocantes mantelillos estampados de los domingueros o a los dibujos de las extrañas revistas con las que a veces se tropezaba por el camino.
Pero… ¿cuánto tiempo llevaría allí?
Se tocó de arriba abajo, todo estaba en su sitio. Intentó incorporarse y entonces lo recordó todo. De camino a casa, con parte de su trabajo del día a cuestas, le asaltó ese tipo negro y gordo. Quiso robarle su preciado botín, una ínfima porción del sustento de la comunidad; sin embargo, tan importante como cualquier otra: «la unión de las partes es la fuerza de todos…», decía su padre. Era la tercera vez en la semana que aquel espécimen la intimidaba y la golpeaba para quitarle su ración, que tanto esfuerzo y sudor le costaba aportar. Pero esta vez había llegado muy lejos, «¡podía haber muerto!». Con la fuerza de su apestosa pelota marrón, la había empujado al barranco sin miramientos; debió golpearse con varios pedruscos que le habían dejado inconsciente. Una mezcla de miedo y cansancio hizo mella en su ánimo como la siempre amenazante sombra de un aplastamiento…
«¡Pero esto ya era la gota que colmaba el vaso! Estaba harta de exponerse a un riesgo que, en algún aciago momento, podría, incluso, costarle la vida. Dejaría la comunidad. Sí, eso iba a hacer, desertar de aquella indolente y funesta fila que tantas complicaciones le traía. Capaz de conseguir su pitanza por otros caminos menos peligrosos, había llegado la hora de independizarse, de salir huyendo de allí y buscar su propio hogar. Cansada de seguir las órdenes de otros, ahora pondría sus propias reglas… ¡Era el momento de abandonar la tediosa cadena!».
Mientras imaginaba su cercana libertad, comenzó a sentirse como nueva. De pronto, cuando se disponía a ponerse otra vez en camino y con el paladeo de aquellos pensamientos revoloteando por su voluntad, una voz chillona le espetó:
—¡Número quinientos veintidós! ¿Se puede saber en qué estás pensando, desgraciada? Todos los días igual, tu despiste y tu empeño en coger otras rutas te va a costar caro… ¿Esta vez qué ha sido, quinientos veintidós…? —le inquirió la número cuarenta y ocho con cierta sorna…—. ¡Vamos, muévete perezosa, sal de ese hoyo y vuelve a la fila! Y haznos un favor a todas: ¡olvida ya tus sueños de una vez!
Suspiró. Igual que una inesperada e inoportuna gota de lluvia, una lágrima resbaló por su cara. Al fin y al cabo, ella era sólo una pobre hormiga, blanco perfecto de un escarabajo pelotero.
Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Palabras desde mi luna”
marsolana@canal-literatura.com
Simpático relato digno del mejor hormiguero. Menos mal que el malvado era un escarabajo pelotero y no un oso hormiguero…
Las hormigas siempre me han parecido un colectivo admirable y en casa se han contado miles de cuentos sobre ellas. Claro que todo lo que hacían era en grupos de veinte o treinta mil.
Me ha encantado esta hormiguita rebelde.
Muy lindo Mar 🙂
Cuento con ¡Alehop! final.
No digo ni media más para no desvelar qué saca el mago de su chistera.
Exquisitamente narrado, suena a campo de trabajo, cadenas, uniformes a rayas, guardianes mostachudos, picos, palas y bolas de hierro enganchadas al tobillo.
Otra cosa es la chistera, que lo mismo en de verdad que de mentira. O incluso puede que no haya chistera. Ni conejo, ni paloma, ni pañuelo. Ni siquiera mago.
Felicidades, vecina.
No digo ni media más para no desvelar qué saca el mago de su chistera.
Exquisitamente narrado, suena a campo de trabajo, cadenas, uniformes a rayas, guardianes mostachudos, picos, palas y bolas de hierro enganchadas al tobillo.
Otra cosa es la chistera, que lo mismo es de verdad que de mentira. O incluso puede que no haya chistera. Ni conejo, ni paloma, ni pañuelo. Ni siquiera mago.
Felicidades, vecina.
No existe satisfacción más grande, hinchazón más sana, para los que escribimos que la prodigada por el disfrute de los lectores. José, Brujapiruja y Rafael (por duplicado ;), muchas gracias por honrar a esta pobre, rebelde y soñadora hormiga con vuestras palabras. Un placer tejeros cerca del hormiguero de letras 🙂
¿tejeros? «Un placer TENEROS…» Parece que el corrector tenía ganas de meter también arañas en el texto, aiiinnnsss…
Te había entendido, pero está bien que «tejamos» esta complicidad entre las letras de cada uno.
Siempre un placer leerte.
Besos
😉