La Rosa del Desierto: Capítulo 7 – La Esposa

Sting (with Cheb Mami)- Desert Rose No hay nadie que escuche mi voz, no  hay nadie que pueda verme, pero cuando era un hombre el mundo estaba a mis pies, como el heredero de riquezas y tierras que se extendían por todos los  desiertos, mi influencia sobre esas naciones era enorme, y con ese poder también venían enormes responsabilidades.

Mi vida debía ser perfecta y para lograr esa perfección, además de oro, palacios, camellos, fuerza y sirvientes, un hombre respetable debía tener una familia. Cuando tuve la edad adecuada, mi padre me acompañó a emprender un viaje largo en busca, no  de cualquier esposa, sino la primera, la que caminaría de mi mano por ciudades y naciones, la que me enaltecería delante de reyes, príncipes y enemigos, la que procrearía a mi descendencia, los futuros dueños de todo lo que mis ancestros habían construído.

Mi padre tenía en mente a varias candidatas, hijas de hombres influyentes en los 7 Desiertos, algunos eran viejos aliados, otros enemigos latentes a los que era necesario mantener cerca y neutralizar.

La búsqueda no generaba en mí emoción alguna. Era un deber, como tantos otros. Cualquier mujer me daba igual.  Cuando eres dueño del más exquisito harem, una mujer más o una menos no cambia nada.

Muchos días, muchas noches pasamos visitando a las candidatas, sus familias las preparaban con sus mejores ropas y joyas, las hacían bailar frente a mí, servirme manjares, tenían prohibido hablar en mi presencia, a menos que yo así se los ordenara.

Yo no prestaba atención, suponía que era mi padre quien tomaría la decisión final.

Finalmente, cuando ya mi paciencia se agotaba llegamos a una lejana ciudad a la que no viajaba desde niño, visitamos a un viejo amigo de mi padre, alguien en quien confiaba y respetaba como un hombre de honor.

Mientras mi padre y su amigo se saludaban, ella salío al jardín. Vestida de azul, ligera al caminar, la piel dorada y los ojos negros como la noche, dulces como la miel, a pesar de su oscuridad, no guardaban secreto alguno.

Yo que había visto y tocado a tantas mujeres que ya nada me parecía nuevo o interesante, pero desde que la ví, parada junto a la puerta, con la mirada puesta en mí, supe que no era una mujer común, no pude señalar lo que la separaba del resto de nosotros, ni siquiera ahora, que la muerte me ha dejado ver tantas cosas que permanecen invisibles a los ojos de los hombres, sólo sé que todo lo bueno del mundo existía en sus ojos, los mismos ojos que yo terminaría matando a pedido de la Rosa del Desierto.

Norelliale

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