A las Habaneras
Antes de la guerra, los campos abiertos de la meseta castellana eran como los días de la siega, aquella que anunciaba el preludio de nuevas bonanzas o como el canto de las serraniegas cuando laboreaban la tierra con sus brazos lozanos.
Desde la umbría apenas me importunaba que no diera el sol en aquella parte de la hacienda ya que siempre se escuchaban las Habaneras desde el tocadiscos, aquella tonadilla musical de la casa familiar y solariega.
En el instante en que duraba el silencio en el que yo hacía acopio de aire para dar con la nota exacta, parecía como si se deshojasen todas mis sensaciones negativas sobrevenidas por un tiempo incierto. Parecía como si ganara tiempo al tiempo, como cuando un pianista toca la melodía exacta con una mano y con la otra, serena y libre, va de una negra a su corchea, a una semicorchea acelerada para recomponer el tiempo perdido. La Habanera con sus luminosas alamedas al mar y con sus lindas guachinangas afinaba las tensas cuerdas de mi vida hasta dulcificarla. Y yo, al menos, conocía la letra pero los chicos, algunos muy niños de la imprenta del pueblo , nunca la habían escuchado. Aquellos niños sólo sabían cortar pliegos, manejar tinta negra, imprimir cuadernos, jugar a la «taba» y componer tipos de plomo. Deseaba que al menos conocieran la Habanera de LA PALOMA por lo que de manera licenciosa, un día pregunté a mi padre si podía invitar a estos chicos a la finca a lo cual él se negó taxativamente. No era digno de una mujercita de mi condición mezclarme con trabajadores.»Tienen un maestro en la escuela del pueblo…que les enseñe música su maestro».
Todo esto fue mucho antes de la guerra, antes de los vacíos nidos de golondrina y de las polillas en los muebles de las haciendas venidas a menos. Lo que mi padre desconocía era que hay dos cosas que igualan y unen a las personas. La primera de ellas es la muerte y la segunda es la música. Muchos días y a escondidas, me hacía con el tocadiscos familiar y me apresuraba hacia los maizales donde me reunía con mis amigos que al final se aprendían las habaneras de memoria. Me provocaba mucha gracia verles tocar, asustadizos, el aparato como si éste fuera a morderles en su despiste algún dedo de sus manos. Todo esto fue mucho antes de la guerra. Todavía hoy cuando anhelo un armisticio en la ruidosa atmósfera que me rodea y que me altera…pongo la aguja del tocadiscos justo donde sé que comienza la habanera que más me encandila. Y todo se reconduce.
USUE MENDAZA
Imágenes preciosas de amistad, música y regalos que trascienden el tiempo y vibran en la memoria.
Me ha encantado, la historia, la reflexión, el estilo y hasta la música de tus palabras Usue.
Un abrazo