Ese atleta invencible, que es el calendario, me ha dejado esta mañana en la puerta de casa a la señora Otoño y yo, que soy muy educado, le he invitado a pasar.
– Pase, pase, señora Otoño, no se quede usted ahí.
– Muchas gracias joven, es usted muy amable. ¡Qué música tan bonita está escuchando! ¿Quién es esa chica que canta tan bien? -me preguntó.
-Amanda Seyfried, su música es nostalgia pura, como los cambios de estación -le contesté a la señora Otoño. Por cierto, ¿ya se ha llevado a mis abejarucos, verdad? Hace días que no me despiertan. Los echo de menos.
-Sí, ya les di la orden para que regresaran a África. Pero, no te apures, están a punto de llegar las aves invernantes y les he pedido que te mimen.
-No me puedo creer que usted, con todas las tareas que tendrá pendientes, me brinde tantas atenciones -le confesé.
No sé cómo le habrá tratado el calenturiento señor Verano, pero a mi me fascina cuidar a todo el que me aprecia. Yo sé, de muy buena tinta, que usted sabe valorarme. Por tanto, es de recibo que yo le pague con la misma moneda.
-¿Cuando comenzará a amarillear, señora Otoño? -le pregunté.
-En los próximos días llegarán mis pintores. Luego, creo que llegarán los de los ventiladores para arrojar todas las hojas de los árboles al suelo. Y, por último, vendrán los de los aspersores para rociarlo todo y que aumente la sensación de humedad. De todas formas, los recortes presupuestarios han hecho que tengamos que cambiar de proveedores, y no puedo asegurarle que los efectos especiales de este otoño vayan a quedar como los del año pasado.
-Bueno, ¿pero al menos, un mínimo de otoño tendremos asegurado, o no?
-Claro, para eso estoy yo aquí.
-Y, digamé señora Otoño, ¿le apetece tomar algo? Parece que la veo un poco fría -le comenté.
-Pues un café con leche bien calentito como los que publicitó Ana Botella, me vendría de perlas -me respondió la señora mientras se frotaba las manos.
-¿La leche la prefiere usted de botella o de cartón? -le pregunté.
– Mejor de vaca, si pudiera ser.
-¿Muy caliente?
-Sí, por favor. Para frío ya tengo a mi marido el Invierno.
-No me diga.
-Sí, sí le digo.
-¿Y, eso?
-Pues ya sabe usted. La rutina. Ya son muchos años de convivencia. No me perdona un romance que tuve hace unos años con el señor Verano. De hecho, dice que mi hija Primavera no es suya y me ha pedido que hagamos una prueba de paternidad.
-No me lo puedo creer -le dije asombrado.
-Sí, sí, de hecho no nos hablamos.
-Nunca me habría imaginado que las estaciones estuvieran enfrentadas entre sí. Menos mal que sólo son cuatro, que si no…
Oye mozo, el café con leche está riquísimo ¿Al final me lo hiciste de botella o de cartón?
-No, no, se lo hice de vaca como usted me dijo.
-Ah, con razón. Bueno, ahora, con todo el dolor de mi corazón, debo despedirme, tengo muchas visitas que hacer. Le encargo que si, por un casual, dentro de unos meses viene a visitarle mi esposo el señor Invierno, dígale que lo quiero, y que estoy muy arrepentida, que un desliz lo tiene cualquiera y que ya, entre el señor Verano y yo, no hay absolutamente nada. Hágame ese favor, buen hombre -me pidió la señora Otoño. A propósito, ¿está usted solo?
– Así es -le contesté confundido.
-¿Me ve usted guapa? -me dijo haciendo con los labios un gesto un tanto provocativo.
– Claro, cómo no, es usted una señora muy bella y elegante -le respondí temiéndome lo peor.
– ¿Y no le apetecería a usted darme un poco de consuelo? -me soltó de sopetón.
Y sin darme tiempo a responder se abalanzó sobre mí y para qué les cuento.
¡Uff! El Otoño ya ha llegado, se lo puedo asegurar.
José Fernández Belmonte
Vaya… Siempre tuve al Verano, Otoño e Invierno como galantes caballeros que cuidaban con especial mimo de su única dama: doña Primevera 🙂
Original cambio de perspectiva. Desde luego esta «señora Otoño» sabe sacudirse bien su melancolía…
Y todavía la tengo en casa, Mar. No encuentro la forma de echarla…