Domingo, 31 de octubre de 1943
Dónde hilarás la luz de tu voz suave,
en qué tercera rueda
de arcángeles y nubes
avanzarán tus pasos de ave leve,
tus pasos sigilosos que velaban
silencios en la alcoba, los silencios,
silencios como manos cariciosas,
como manos del pan, dentro, en la artesa,
tu risa bajo el árbol de los siglos,
tu risa que amanece entre los labios
cerrados de otra pálida mañana,
tu risa de mañana y de campana,
y este silencio pesa como el sueño
que conduce al olvido donde moran
las hadas voladoras, las malvadas,
las brujas del espanto.
Este silencio ronda entre la nieve,
y es un lobo de Gubbio este silencio.
Dónde tus sueños, dónde aquellos ojos
tan jóvenes de sol, que sonreían,
y el sol hería al niño de tus ojos,
la pública bondad de tu mirada.
La tierra está más triste:
son los versos
que lloran por las rosas de la tarde.
En la página abierta, duermevelas
de un Bécquer matador de golondrinas;
yo recuerdo, en tu voz, que regresaban
de los rincones del amor, oscuras,
hasta poblar los cielos y poblarte.
Está el libro cerrado. Tú no vuelves.
Hay un niño llamando a la ventana,
y he de abrir el silencio.
Espera un poco.
Antonia Álvarez Álvarez