El carro. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XLIX)

el carro

El carro

 

      Bien de mañana, el tío Saturnino se puso a aparejar el carro. Había que acarrear pimientos. -Me comentó mi pupilo.

      Cuando los pimientos estaban maduros alcanzando su peculiar tono rojo, se procedía a su recolección, que se hacía a mano, depositándolos en grandes capazos que luego se volcaban en sacos. Se trataba de pimientos de bola, o ñoras, llamadas así, porque el monasterio de los Jerónimos de Yuste remitió la simiente a su homónimo de La Ñora de Murcia, donde comenzó su cultivo en la zona. Las ñoras son el resultado de la adaptación al clima del sureste peninsular de la variedad de las semillas del pimiento alargados, o ají, que se trajo de México.

      -Tras su recolección y acarreo -ha continuado mi pupilo explicándome- las ñoras se extendían durante unos días en la era, para su secado, después de desrabarse, sobre sacos de arpillera que permitían, en caso de inesperada lluvia, recogerlos con rapidez además de facilitar su retirada definitiva. Tras su secado, se llevaba a su molienda, para fabricar el pimentón.

      Al ocupar la era, los niños se quedaban sin su espacio favorito de juegos. Porque igual era un velódromo donde demostrar la velocidad de pedaleo con las bicicletas, como un campo de batalla cuyos taludes servían de imaginarias trincheras. Sobre ella se libraban aventuras de indios y americanos. Y se jugaba al “pillao”, y al “pañuelo”, y…

      A cambio, se ganaba otra diversión inigualable: el carro.

      En cuanto los zagales y zagalas veían salir el carro arrastrado por el “macho”, se arremolinaban en torno al tío Saturnino.

      -Tío Saturnino, ¿nos podemos montar? ¡Déjenos subir! -le suplicaban a coro.

      Y el paciente tío Saturnino, que disfrutaba al verse rodeado de la chiquillería, siguiendo ya una vieja tradición, les alzaba hasta la caja del carro y les paseaba subido él en una de las varas de tiro, hasta el lateral del bancal en el que, junto al camino, esperaban los sacos con los pimientos para su acarreo.

      Mientras permanecían en la zona de recolección, los zagales llevaban las cántaras de agua a los trabajadores y trabajadoras (eran más), que con sus grandes sombreros, recogían las ñoras acachados a pleno sol.

      A la hora de regresar, volvían a subir al carro, pero esta vez sobre los sacos, lo que hacía mucho más mullido el trayecto, mientras cantaban alguna canción de la época, como “La Felicidad” de Palito Ortega.

      Y Saturninico, el nieto del tío Saturnino, como era el mayorcico, ejercía de patrón de a bordo, vigilando que ninguno de los chiquillos y chiquillas saltase por la borda dando con su cuerpo en la tierra del camino, al rodar sobre alguno de aquellos baches que -irremediablemente- tenía el carro que tomar o cuando sufría el vaivén del sobrepaso de una boquera de riego.

      -Eso sí, Cholo -me ha dicho mi pupilo- llegábamos a casa con polvo hasta en las cejas, pero anegados de diversión y satisfacción por haber echado una mano a tan sufridos agricultores, acercándoles agua para calmar su sed.

      (Continuará).

 

Gregorio L. Piñero

      (Foto: El tío Saturnino con su inseparable cachimba junto al carro, dispuesto a pasear a Maruja, la madre de mi pupilo, que sujeta a su hermano menor José Alberto (aún bebé), en primer plano. Detrás, Joaquina (la niña) y Lola. Y Emilio y Basilio. Tío-primo y tío de mi pupilo, respectivamente).

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *