Fotografía: El Periódico
El derecho a destrozar
El desánimo pesa y dibuja sombras en el rostro de la gente. Gente de bien y gente de mal. Intento recuperar un poco el pulso de mi vida y me veo allí, frente a la cristalera de la última pastelería que queda en el barrio intentado adivinar si la imagen que me devuelve es realmente la mía. En algún momento, sin que nadie nos avise, dejamos de ser quien somos para empezar a ser el retrato anticipado de nuestros padres, pero soy yo y ahí estoy en mitad de la calle intentado esquivar la bandada de palomas que lisiadas se lanzan al pan mojado que alguien les ha dejado por el suelo. Es la hora de la gente de bien, de los que salen a estirar el cuerpo, de los que necesitan olvidar que además de la pandemia hay otro veneno en danza.
La gente de mal toma las calles a la caída del sol. Nuevos comercios destrozados, contenedores quemados, aceras deformadas por los plásticos que ardieron al grito de libertad de expresión, libertad para Hasel. Por desgracia, sabemos que esos que vociferaban ayer, que también lo harán hoy, como lo vienen haciendo durante los últimos cinco días, corean eslóganes sin saber ni lo que dicen. Hablan de libertad mientras se defecan en ella. Y aunque Hasel no es más que una marioneta, un juguete roto que nadie recordará en unos meses, el permanente desprecio al respeto por lo común, por la convivencia, por los derechos de todos los ciudadanos, va haciendo mella en el propio sistema. Vivimos un tiempo de eslóganes, de ciento cuarenta caracteres leídos de tirón, como fuente de todo conocimiento. El pensamiento crítico ha muerto y la libertad de pensamiento, tan importante como la de expresión, agoniza dando bandazos entre la ignorancia y los intereses creados de los que odian a este país, pero viven a su costa.
Dicen que estamos en un país de baja calidad democracia. Quienes lo sostienen lo hacen sabiendo que no es cierto. Este discurso aprendido y difundido desde el centro mismo del poder tiene como finalidad destruir el actual orden constitucional, sustituir los derechos fundamentales por un ejercicio rácano de los mismos al amparo de la ideología que se ha sentado en la butaca.
No se puede ser gobierno y oposición al mismo tiempo. No se puede reclamar libertad descuartizando la del de enfrente. No se puede pedir seguridad mientras la revientas cada día. La quiebra del sistema desde dentro del propio sistema puede parecer el argumento de una película, pero eso es exactamente lo que está ocurriendo y, por lo visto, no hay manera de pararlo. Llega el derecho a destrozar como derecho fundamental de los necios.
Anita Noire