El indomable ego del escritor. Por Luis Javier Fernández

El indomable ego del escritor. Por Luis Javier Fernández

Puede que uno de los inventos más cruciales para el ser humano, generalmente más dañino que beneficioso, haya sido inventar la palabra: la necesidad de jerarquizar, categorizar, etiquetar y conceptualizar. Una de las cualidades inherentes a la biología del ser humano, que lo convierten no sólo en un animal racional, sino también en un animal de etiquetas y enfrentamientos dialógicos. La creación de la palabra es, como declaró James Williams en el siglo XIX, padre de la psicología moderna, una necesidad de nuestro propio ego. Es decir, la descripción de nuestro mundo interior y exterior. Y, a partir de ahí, todo empezó a tener un sentido y una atribución de calificativos. Calificativos que pueden alabar o destruir la moral de una persona. Porque no hay nada que mayor daño cause que la palabra misma.
No podría estar más de acuerdo con lo que sostiene Pedro Jara Vera en su libro Adicción al pensamiento: «Hemos creado así un vasto y complejo mundo de símbolos, etiquetas, conceptos y formas que enriquecen y fortalecen el poder de análisis y disquisición de nuestro pensamiento, hasta que nuestra conciencia básicEl indomable ego del escritora y nuestra sensibilidad natural van quedando sepultadas en el olvido interior, hasta que ya no sabemos no conceptualizar, no medir, no identificarnos con las apariencias y las formas». Sí, a veces quedamos diluidos por nuestra propia manera de identificarnos con la realidad. Como si portáramos un caparazón que necesita el sentido de pertenencia. La manera de anexionar pensamiento y lenguaje originan nuestra capacidad de percepción. Algo de lo que ya hemos hablado en este portal. El aliciente vestigio con el que alimentamos nuestra particular manera de entender las cosas hace que estemos al servicio de nuestros pensamientos. Como expresó Miguel de Unamuno: «La lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo». Lo cual, ciertamente, hace pensar en la egolatría. Pero ¿qué egolatría, por ejemplo, puede llegar a tener un escritor?
A medida que pasan los años, el tiempo, y son muchas las lecturas, quizás centenares de obras, las que pasan por las manos de un escritor y a la vez acrecientan su biblioteca, puede también por cuestiones de experiencias diversas, los viajes, los lugares que ha visitado, llega un momento el que, inevitablemente, acaba siendo condicionado por todo cuanto ha leído, ha viajado y las certezas que ha descubierto. Construye de esa manera un bagaje crucial en su biografía, cuya latente se ve reflejada en su producción literaria. Lo que vendría a suponer que, con el paso del tiempo, su manera de percibir las cosas y la vida es muy lúcida, pero con el transcurso de los años se vuelve repulsiva. Quizás también porque el lenguaje y el pensamiento son dos potentes herramientas que condicionan la visión del escritor, lo equivalente a decir que, a la larga, acaba siendo un esclavo de su propio ego. Y esto le conduce a tener un carácter de aversión hacia ciertos comportamientos vinculados, sobre todo, a la hipocresía, a la superficialidad, a la conveniencia y a la estupidez humana. Pero la guinda especial por la que todo escritor o escritora siente realmente repugnancia es hacia los convencionalismos sociales.
El propio ego necesita identificarse con una parcela de la realidad, una respuesta hacia un tipo de estímulo: el más puro condicionamiento clásico de Pavlov: sujeto más estímulo, igual a respuesta. Quiere decir esto que el ego de un escritor se rebela contra los convencionalismo morales que impone la sociedad, contra todo el artificio político, contra las ideologías más sublimes, contra la cerrilidad más infame, contra los dogmatismos, los adoctrinamientos, la frivolidad encubierta, incluso contra cualquier servilismo. Es el ego de un escritor el más indomable de todos los artistas o, por mejor decir, de todos los bohemios. Algo que sencillamente se comprende cuando uno aprecia la vanidad y el egocentrismo de muchos escritores; un ejemplo de ello es Camilo José Cela, un hombre conspicuo, extraordinariamente culto, pero de un carácter inaguantable y preponderante. Lo mismo podría decirse de Henry Miller, un falócrata empedernido incapaz de comportarse en público; de Charles Bukowski, quien suplía sus carencias emocionales y sentimentales a base de sexo y alcohol, irreverente hacia las mujeres y con un egocentrismo insoportable. Lo mismo puede afirmarse de Hemingway, un álter ego que sentía siempre envidia hacia otros escritores, especialmente por F. Scott Fitzgerald. Otro ejemplo que no vendría mal destacar es la figura de don Francisco de Quevedo. A menudo se le ha considerado como un hombre destartalado, misógino, satírico y potencialmente pendenciero, enemigo de Góngora y Ruiz de Alarcón.

Ego

Por lo tanto, son centenares de escritores que, por cuestiones de ego, son intolerables y hostiles hacia la sociedad y su propio entorno; quedando muchos de ellos, no se sabe muy bien por qué, en aras de la misantropía. ¿Desde dónde se origina entonces tanta repulsión? Desde el propio ego. Desde la misma trinchera donde el escritor percibe el fondo y la forma de las cosas. No solamente es un ego inquieto, sino también nefasto para sí mismo; precisamente cuando el propio escritor va quedando eslavizado por sus pensamientos y conjeturas. Es como si se pusiera a sí mismo un estigma del que no puede desprenderse. Porque a veces el origen de un conflicto no es por una cuestión de conducta, sino de comportamiento. Y en ese sentido el ego es un arma de doble filo. Las razones por las que un escritor es tan aberrante, vanidoso, carente de escrúpulos, prepotente, chulesco, irreverente, ingrato, narcisista, envidioso, burlón e inaguantable, muchas veces se originan en su propio ego. En definitiva, la egolatría hace de muchos literatos enemigos de sí mismos. Al igual que tu peor enemigo, tiene tu mismo nombre y apellidos. Y quizás no te hayas dado cuenta.

 

Luis Javier Fernández

Luis Javier Fernández Jiménez

Es graduado en Pedagogía y máster en Investigación, Evaluación y Calidad en Educación por la Universidad de Murcia. En 2019, finaliza sus estudios de Doctorado en la misma institución. Autor de la novela 'El camino hacia nada'. Articulista, colaborador en medios de comunicación, supervisor de proyectos educativos y culturales. Compagina su vida entre la música y la literatura.

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