El “inglesajo”. Por Antonio Pérez Henares

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El “inglesajo”

      El español, nuestra lengua universal y así universalmente conocida en el mundo, aquí castellano para no hacer de menos a otras lenguas también españolas como el gallego, el euskera o el catalán, está sufriendo un ataque político sin precedentes en el solar que la vio nacer. Los separatistas saben que es la argamasa de la nación, su referencia internacional, la piedra angular del patriotismo cultural y su poso emocional y por ello se lanzan, sin importarles el daño que infligen a sus propios hijos, a arrancarlo de cuajo y de raíz, a extirparlo de la educación y de la cotidianidad. Ahora con la ayuda, complicidad y traición de sanchismo rampante y de un partido cuyas siglas son ya una mentira en sí mismas.

     De esa agresión algo se ha hablado. Mucho poco para la gravedad de la agresión y sus consecuencias futuras y con clamorosas ausencias de lo que se vino en llamar intelectuales y que, salvo excepciones señeras, si la causa no tiene la bendición de la tiranía progre de los abajo firmantes se guardan muy mucho de abrir el pico no les vayan a dejar sin el alpiste y los coloquen, eso es aún peor, en el “lado oscuro” y se conviertan en apestados. De hecho y en esto los académicos de la lengua siempre tachados de caducos han tenido mucho mayor coraje y valentía que los mascarones de proa de la presuntamente aguerrida efebocracia literaria y no digamos ya que el comisario político colocado al frente del Instituto Cervantes, de cuyo nombre sí que no quiero acordarme, y que ha negado hasta la existencia del ataque.

     Pero y con ser penosa no es esta la única ofensiva a la que el español se enfrenta. Hay otra que día a día, minuto a minuto se mete por todos los poros y la infecta ya de una manera determinante. Por un lado, el empobrecimiento de su vocabulario cada vez más escuálido entre los jóvenes, que apenas conocen y utilizan unos cuantos centenares de vocablos. Lo que se lee y se escribe en las redes da muestra del analfabetismo, pues prácticamente lo es, de una parte, considerable de la presunta generación “más preparada de la historia”. Ya no sólo es una cuestión de ortografía ni de gramática es ya de desconocimiento de las propias palabras. Asistimos, aquí sí que, de manera masiva, a una brutal extinción que ríete tú de la de especies que augura el catastrofismo medioambiental. Las palabras desaparecen por cientos y por miles y no solo aquellas que por desuso o inexistencia ya de la cosa a señalar, por ejemplo, aperos de labranza, se pierden, sino en la conversación ordinaria donde la dificultad expresiva y la penuria lingüística es cada vez mayor.

     Esa es una la otra es la sumisión a la lengua que se entiende como de superior condición en base a su hegemonía actual en los ámbitos de “modernidad”, el inglés. Y en esto se llega a grados de verdadera memez, ridiculez y cursilería. Pues de la misma forma que en tiempo el que se las quería dar de ilustrado soltaba aquel famoso latinajo para dar muestra de su prevalencia sobre los demás. Ahora es el inglesajo el que nos persigue y con el que los autoconsiderados culmen de la nueva modernidad nos acosan en cuanto abren la boca o comete uno el error de encender la televisión. No pueden decir tres palabras sin soltarte una entremedias en inglés para dar constancia de su mundo, modernidad y superioridad, y ya ni te cuento si llegan los anuncios de colonias en la pantalla, ahora con la cosa navideña en tropel, y uno tras otro y con sugerente voz para venderte el frasco te arrean el inglesajo como colofón final. Supongo que, a la intención, nada subliminal por cierto y si muy directa, del mensaje publicitario, ahora hay que decir “spot”, es convencerte de que si te echas eso ellos caen muertos y ellas en la cama, se añade la otra de que si te untas con el perfume-elixir, o incluso te lo bebes por la noche, te despiertas sabiendo inglés.

     Y si fueran solo los anuncios aún habría consuelo. Pero es que no hay tres, y en determinados ámbitos ni uno solo que se libren en las pantallas de la invasión ni que ante ella no se postren y exhiban su sumisión. Y ese oferente y servil sometimiento lleva a lo que el gran filósofo, teólogo, historiador y maravilloso poeta andalusí, Ibn Hazm o Ben Hazam (Córdoba 994-Montijar-Huelva 1064) de familia muladí, hispanos arabizados y convertidos al islam, su padre fue de la total confianza de Almanzor y le sustituía como visir cuando se ausentaba, dejó escrito al respecto y que bien vale para hoy: Con tal actitud “puede darse ya por segura la muerte de sus ideas y hasta cabe que ello sea causa de la desaparición de su lengua propia, del olvido de sus orígenes e historia y de la pérdida total de sus ciencias”.

 

Antonio Pérez Henares

 

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