El mundo de la política.
Si agitamos un cubilete echando dentro un toque de progresismo barato (si progresismo es ir hacia delante, que alguien nos explique el retroceso en tantas cosas, desde la libertad hasta la economía, pasando por el campo de la enseñanza y la convivencia); unas migajas de memoria histórica (resucitando un pasado ya superado y reescribiéndola a gusto de los que manejan el BOE); dos cuartos de emancipación radical ¿de qué libera el mundo político cuando aplica política de partidos?
La auténtica emancipación es cuando el individuo consigue desprenderse de un ego desorbitado que le hace mirarse su ombligo como un Buda, y esto no es moneda corriente en la política, que en lugar de emanciparlo lo ata al doctrinario a cambio de prebendas).
A saber: una ración de ecologismo pomposo ( nadie está en contra de proteger el medio ambiente, pero para opinar hay que contrastar opiniones y no dejarse sólo influenciar por lo que dicen los medios, tantas veces interesados por la mano que no se ve, pero que mueve los hilos) ; un histrionismo de verbo ramplón ( es fácil estar media hora oyendo al representante de un partido político sin que haya dicho nada concreto; cuando no, dicen una misma cosa por la mañana, la tergiversan por la tarde y cambian de opinión por la noche); un anticlericalismo latente ( el que manda sabe que para controlar al hombre necesita vaciarlo de aquello que guíe rectamente su conducta, y la religión puede constituirse en un antídoto a los cantos de sirena que le son ofrecidos. El Partido pretende ser la conciencia ciudadana y el que se mueve no saldrá en la foto, algo que ya dijo “aquel” hace tiempo: este país no lo va conocer ni la madre que lo parió”. Imaginen cómo estará realmente, que el de ayer es desautorizado por el de hoy cuando da su opinión); el despilfarro desbocado (no hace falta entender mucho de números para saber que si se gasta más de lo que se ingresa se va al endeudamiento y después a la ruina); el retroceso en la enseñanza (¿cómo avanzar en el campo de la docencia si cada vez que se cambia de gobierno se suprime lo que se viene haciéndo?); la nación troceada ( seamos claros y concretos: lo que realmente pretenden los separatismos es arrimar ascuas a sus sardinas, esto es, más dinero, con lo cual si unos reciben más otros las recibirán de menos. A este paso llegará el momento en el cual hasta los barrios querrán tener derecho a la independencia); el empobrecimiento generalizado ( hacía tiempo que la cota de la miseria no era tan palpable como lo es hoy, teniendo que acudir indigentes a comedores de caridad― a los cuales defenestran aquellos que deberían crear las condiciones necesarias para que no fuesen necesarios― y gente sin techo que duerme en la calle, algo a lo que nos vamos acostumbrando a ver como normal, pero que indica la decadencia de un país.); mucho desconcierto ( ¿ y cómo no va a haberlo si vamos en un barco del que no podemos salirnos y que camina sin brújula en medio del mar embravecido, sin saber si sobreviviremos y adónde nos conduce?) ; el enfrentamiento entre los españoles (el que sacó del sombrero el conejito de la memoria del pasado, algo superado y reconciliado, azuzando a su clientela ha conseguido dividir el país nuevamente agitando lo que ya no existe para así instalarse en la poltrona al amparo de la cohorte de aquellos a los que subvenciona para mantenerse en el poder. Hasta cabría para hacer rebosar el vaso dejar al albedrío privado y público, como en los circos romanos, que se levante el pulgar para decir quién y cuándo tiene que morir por medio del infanticidio del aborto o la eutanasia a los viejos, y no mucho más tarde, tal vez se siga con los no productivos socialmente.
El cóctel tiene nombre. Es más, ha sido heredado de su precursor. Pero, como el lector es sagaz no voy a desvelárselo. Si no cae en fanatismos, él solito sabrá escribirlo.
Necesitaríamos todo un tratado para hablar de política y de políticos. Y sobre todo por qué se llega a la que tenemos. Tal vez nos ayudaría en parte contar con un personaje de la talla de Fernando el Católico, musa de Nicolás Maquiavelo en el que se inspiró para escribir “El Príncipe”.
Llegado aquí, permítaseme relajar esta segunda parte con algunas pinceladas no desprovistas de cierto sarcasmo acerca del mundo político.
El lenguaje de muchos de ellos es como la piedra roseta. Es una jerga faraónica, con el agravante de estar compuesta de jeroglíficos (vaya usted a traducirlos, si es capaz), demótica entre el egipcio y el copto (vaya usted a saber lenguas, con lo que a veces cuesta hablar correctamente la propia), y también por el griego antiguo (lengua muerta que no nos suena para nada). No hay quien los entienda, pero el lector sabrá entender. Porque, no dicen lo que piensan. O dicen sin pensarlo. También, piensan y no dicen. Y si dicen, por la mañana es una cosa y por la tarde otra. Y, apurándome, por la noche ni una ni otra. Y lo que es peor, que piensen o no piensen, digan o no digan, sostengan y se contradigan, en realidad sí que piensan que los ciudadanos sufridos ni piensan ni entienden. ¿Por qué nos toman…? ¡Por eso!
Es cierto que en ocasiones el escritor se escuda en el personaje creando un intérprete apócrifo a través del cual vierte sus pensamientos. Pero, al mismo tiempo busca la coincidencia con lo que el pueblo opina. Como aquel Juan de Mairena machadiano, imaginemos una clase entre profesor y alumno aventajado. El resto de los asistentes asisten impávidos y silentes a lección, en tanto algunos.
—A ver, defíname en dos palabras la situación política que padecemos.
—Sofismo versus Epigonismo.
—Le he dicho dos. Esas son tres.
—Epígonos sofistas.
—¿Tantos hay?
—Lleva razón. Demasiado diverso.
—Razónenoslo.
—Que no son muchos, sino pocos. Tal vez ninguno. Quizá alguien.
—Bien. Hecha la precisión de que son pocos los que piensan, entremos en el tema de la preguntan y su respuesta.
—Epígono es aquel que sigue lo que otro enseña. ¿Verdad?
—Es cierto. Se limita a seguir la propuesta, más no la medita.
—Sofista quien osa razonar lo que da por falso.
—Los pocos. Y bien, ¿adónde lleva su conclusión?
—Al adoctrinamiento. Al no pensar se sigue el camino enseñado. Aunque, los pocos osan por razonarlo, si bien lo consideren falso.
—¿Y en qué habría de ponerse el acento para diferenciar entre lo falso y lo auténtico?
—¿A qué nivel habrá de hacerse la graduación?
—¿Quiere decir que todo es del color del cristal con el que se mira?
—Más o menos.
—¿Es el suyo de poca o muchas dioptrías?
—Procuro ser objetivo.
—Luego su vista es buena.
—Dudo incluso de lo que dudo
—Dejémoslo en daltónico. Es suficiente para los tiempos que corren.
—Pues eso.
—Siendo así, prosigamos. ¿Por dónde íbamos?
—To be or not to be
—¿Es usted hamletiano?
—Si lo dice por lo de pensar, en ocasiones, sí. Raro, ¿verdad?
—¿Y qué tiene que ver el pensar con el ser?
—¿Se puede ser y no pensar?
—Haberlos, haylos.
—¿Tantos?
—Son legión.
—Luego, se convierten en masa.
—Y conque uno piense aupado desde los medios de comunicación será fermento.
—¡Ah! Ahora entiende por qué proliferan los políticos.
—O lo que es lo mismo: ninguneo social.
—Eso requiere del poder.
—¿Es bueno el poder?
—Eso depende.
—¿De qué?
—Del que lo detente.
—¿Hace bueno el poder al político?
—Mejor, el político, ¿hace bueno el poder?
—¿No es imparcial el poder?
—Habrá de convencer al ciudadano.
—Pero, ¿no hemos dicho que la sociedad está manipulada?
—Cierto.
—Entonces, la manipulación hace al poder y la gente creerá lo que se le dice es bueno.
—Falta de sofismo.
—Y esa carencia trae consigo dos varas de medir.
—Unos son los buenos y otros los malos.
—Pero, ¿no ha de ser lo que es bueno, excelente, y lo malo, perverso?
—Ya hemos quedado en lo del Epigonismo.
—¿Está usted seguro?
—Tanto como que somos teledirigidos.
—Hemos caído en un círculo vicioso.
—Resumamos, pues, la lección.
—Premisa menor. Que prolifera el partidismo porque no hay política. Y no hay política, porque hay politiquillos. Y para ejercer es necesario tener la sartén por el mango. Y para cortar el bacalao, disponer de medios.
—¿Y la mayor?
—Si dispone de medios, hágase político de profesión y verá cómo prospera. Hágase epígono sofista, hombre. No tenga complejo de parecer rarillo. Lo que hemos tratado afecta a todos los pueblos del mundo mundial. No es sólo del nuestro.
Ángel Medina