El tambor del diablo. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XLI)

LOS ANTOLINOS-3

 

El tambor del diablo.

 

      -Y en “Calatañazor, Almanzor perdió su tambor” -dijo el tío Emilio con evidente sorna, después de ganar aquella partida de tute y recoger los garbanzos obtenidos por la victoria.

      -Pues en estos días hace años de la batalla y de la muerte de Almanzor -afirmó el abuelo Basilio. A ver, caballeretes: ¿qué sabéis al respecto? -preguntó a los niños.

      -En el colegio nos explicó la maestra que murió en una batalla entre moros y cristianos hace muchos años. -Contestó Santiaguico, que era el más vivo.

      -Así es. O así parece que fue -afirmó el abuelo de mi pupilo. Era costumbre de Almanzor (al-Manṣūr), nacido en una alquería de Almería, el llevar a cabo todos los años campañas contra los reinos cristianos. Era el chanciller y general jefe del Califato de Córdoba. Aquel verano de 1002, se obcecó en el monasterio de San Millán de la Cogolla, que arrasó y, habiendo incrementado su ejército con importantes tropas que hizo llegar del Norte de África, se dirigió a las riberas del Duero, sembrando devastación y ruina, por donde pasaba.

      Cansados de tanto atropello, los ejércitos cristianos de Castilla, León y Navarra se coaligaron para hacer frente al caudillo cordobés y les sorprendieron cuando estaba acampado cerca del castillo de la Águilas, que era Calatañazor y entraron en combate hasta caer la noche, destruyendo las líneas de defensa enemigas y persiguiendo a los mahometanos hasta que lo permitió el último rayo de sol.

      Almanzor fue herido y dispuso la retirada de modo que, cuando al despuntar el alba las vanguardias cristianas llegaron hasta el lugar de su campamento, lo encontraron abandonado, con las tiendas de campaña vacías.

      Dos días después, el diez de agosto, el que había causado tanto pavor en tierras cristianas, se refugió en la ciudad de Medinaceli, donde falleció en la noche del diez al once de agosto, por causa de las heridas recibidas durante la batalla.

      Y dice la leyenda -concluyó- que, durante muchos años, al diablo que tenía por aliado, especialmente cuando silbaba el viento por las llanuras de Castilla, se le oía gritar lamentándose: ¡Ay! ¡Calatañazor!  ¡Calatañazor! ¡Donde Almanzor perdió su tambor!

      Cuando el abuelo Basilio contaba las historias, atendían todos los contertulios, que eran muchos, reunidos en el atrio de la casa y a la luz del carburo, porque estaban muchas noches también los hijos del tío Saturnino: Blas, Lola, Remedios, Ginés, Saturnino, Joaquina y sus esposas y maridos.

      -Y los niños, Cholo, creíamos ser uno de aquellos caballeros a las órdenes del Rey de León o de Navarra, o del Conde de Castilla, ensoñándonos antes de dormir vistiendo cota de malla, celada y mandoble, con las armas heráldicas de los Sáez (de gules y oro) pues, no te había dicho, que coincidíamos en el mismo apellido todas las familias del lugar. -Ha terminado mi pupilo.

      -No entiendo muy bien las metáforas diabólicas. Sí que perdería su tambor, pero lo verdaderamente “joío” es que perdió la vida en esos lances bélicos. Y me quedé dormido pensando en esa simbología.

      (Continuará…)

 

Gregorio L. Piñero 

(Foto: de pie: el tío Saturnino, la tía Agustina, y el tío Carlos. Sentadas: la madrina (Yeya) de mi pupilo, Joaquina, Bienvenida y la tía María. Los niños: de pie el tío-primo de mi pupilo, José Luis, agachado, su tío Pepe (José Alberto) y, Finica, hija de Remedios y nieta de los tíos Saturnino y Agustina. Álbum familiar).

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