El verano infinito. Por Eva María Ríos

el verano infinito

EL VERANO INFINITO

  Y pasaron los días con sus noches largas. Y una vez más dejamos atrás arena, agua y sol, lo hicimos con un nudo en el estómago, con las lágrimas tímidas propias del que cree carecer de todo derecho a usarlas por temor a ser considerado un ingrato con la vida o tal vez algo peor.

  Y en el fondo unos pocos sabemos la verdad, que el para siempre no existe, es solo una quimera, un invento que utilizamos para no sucumbir ante el desastre, ante la única verdad que amenaza toda nuestra existencia, triste o feliz, desordenada o siniestra pero irremediablemente efímera. Y es por ello, por este conocimiento, que algunos llevamos grabado a fuego como marcan a la res por lo que nos sentimos angustiados ante el final del VERANO, cuando comprendemos que debemos abandonar ese universo paralelo donde comenzamos una vida tan irreal como serena, una existencia única donde nos convertimos en otros aún siendo los mismos y donde jamás volveremos aunque existan cientos, miles de veranos venideros, porque como bien nos contó el poeta, volverán las oscuras golondrinas pero esas, las de antes, esas no volverán. Y lo mismo ocurre con nosotros, que ya no volveremos a ser los mismos, todo un año, con sus risas, sus llantos y alegrías nos pulirán de algún modo y al volver ya no seremos los de entonces, si acaso quedaremos atrapados por una memoria reacia a perder aquello que nos pareció felicidad y atrapados quedarán nuestros rostros, congeladas nuestras risas en algunas fotografías que alguien realizó por temor a perder el momento inapresable, con la ridícula esperanza de parar un tiempo líquido que se nos escapa entre nuestras manos de barro. Y así, aun con la sal raspando mi garganta, con el recuerdo del rumor incesante de un mar en calma enmarcado por la inmensidad de un cielo calmante, me adormezco con los dulces recuerdos de un mundo que ya parece muy lejano y me mezcló entre las sombrillas de colores que los veraneantes se apresuran a clavar en primera línea recién estrenado el sol de una nueva mañana que sabe a café recién hecho y crujientes tostadas, a lo lejos veo la sonrisa de Inga, la simpática chica morena que ahora regenta el chiringuito y cuya memoria prodigiosa le permite recordar las preferencias de cada uno de sus nuevos clientes, después aparece el panadero sin nombre con su furgoneta pasada de moda donde conviven barras de pan con empanadas de hojaldre que se deshacen en la boca y entre las manos como lo hace ahora el sonido de su claxon que se aleja cada vez más en mis recuerdos del verano que se fue, como lo hizo José Luis entre risas y una mirada escurridiza donde no cabían las palabras y mucho menos el adiós, tal vez para evitar las lágrimas o tal vez por puro despiste. . . nunca lo sabremos, y allí, entre tímidos simulacros de olas, también quedarán las risas del abuelo Emilio que ama el verano tanto como yo y también las conversaciones con Carmen que quedaron en el limbo de todas las cosas pendientes, las que prometemos hacer las próximas vacaciones porque estas se nos escaparon entre paseos a la luz de la Luna y helados deliciosos sin apenas darnos cuenta a pesar de arañar al tiempo, a pesar de asirnos con desesperación a la lluvia de estrellas fugaces que siempre nos recuerdan la belleza de lo que nos rodea, la felicidad que emerge de las cosas pequeñas, de esos detalles que muchos buscan lejos en aventuras caras o viajes lejanos, huyendo de la vida que les asusta y han convertido en detalles mediocres lo que a mi me hace feliz: un baño en el mar, la arena mojada bajo mis pies, el paisaje multicolor de un ejército de sombrillas, las conversaciones con Emilio, las risas con Pepelu, un niño que salpica agua, una gaviota que como una señora de trasero enorme pasea por la orilla, el brillo en los ojos de mi hija cuando M.A. está cerca…, mi madre haciendo fotos intentando y tal vez, a su modo, consiguiendo que este sea el verano infinito.

 

Eva María Ríos Asunción

Verano 2019.

Un comentario:

  1. Pasa con algunos veranos como con la infancia, acaban convirtiéndose en esos paraísos perdidos a los que difícilmente podremos volver; por eso quizás nos consolamos con la literatura, la poesía o la nostalgia.

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