El viaje de Guliva.
Llegué al laboratorio con 10 minutos de retraso. Empujé la puerta que estaba entornada y entré corriendo al pasillo que no estaba iluminado. A tientas puse mi huella dactilar en el registro y sin ver apenas nada me senté en un sillón. El mecanismo me inmovilizó y el brazo robot me puso la inyección.
Solo sentí un amago de vértigo y rápidamente volví a abrir los ojos. Acostumbrada a viajar al mundo de los diminutos, me desconcertó notar que parecía haber crecido hasta encontrarme a cierta altura. Tanto que en frente de mi cara había copos de árboles que se movían en la brisa nocturna. Girando mis brazos para recuperar el equilibrio, desprendí ramajes y tiré troncos y antes de que me diera cuenta desapareció una cabaña entera bajo mis pies descomunales.
Voces como de pájaro subieron por los aires. ¿Gritaban? ¿Suplicaban? Criaturas del tamaño de cabezas de alfiler se escurrieron hacia todas partes mientras yo no me atrevía a mover. Pero mi misión era explorar o al menos así había sido en mis viajes anteriores como diminuta.
Di unos pasos hasta el borde del bosque que lindaba con el mar turquesa. Al andar por la blanca arena de la playa, me hundía y el agua iba llenando cada una de mis huellas. A poca distancia flotaba un barco. Para alcanzarlo estiré el brazo, lo cogí y levanté para verlo de cerca. Puntitos negros se resbalaban sobre la cubierta, otros se caían al agua donde desaparecieron. De nuevo escuché el piar lastimero de sus vocecitas. Molesta conmigo misma sin saber por qué puse el barco donde había estado antes y volví a tierra.
Fue cuando una punzada en la cabeza me hizo daño y extraje de entre mi pelo un minúsculo pincho del que goteaba sangre. En lo alto de uno de los pinos, vi a uno de los seres pequeños preparar otra flecha. Lo saqué de donde estaba y sujetándolo entre pulgar y dedo índice lo observé de cerca. Su ropaje era igual al uniforme del laboratorio; con su pelo rojizo parecía uno de mis compañeros en el experimento pero de su boquita abierta de par en par solo salieron pitidos de pájaro.
Llevándolo en mi mano me fui al punto de encuentro ya sin prestar atención a caminos ni árboles. Justo cuando llegué se acabó el tiempo de la partida y perdí el conocimiento.
En el laboratorio me aislaron enseguida mientras los demás tomaron sus medicamentos y se fueron. Después de un rato largo, se acercó el ingeniero jefe.
-¿Por qué te cambiaste de sillón? Siempre fuiste una diminuta de mucho talento. Las veces que sacaste un montón de puntos… Pero no estabas preparada para ser giganta y has reventado el lanzamiento de «Los viajes de Guliver». ¡Guliver en femenino! Una giganta compasiva… somos el hazmereír del gremio.
Vi cómo se acercaba el brazo robot con la jeringuilla.
Dorotea Fulde Benke