Envidia, amargura, desespero. Por Estel

Envidia-amargura-desespero

Envidia, amargura, desespero

 

Si tan sólo el séquito de esa Desdeñosa,

la Vida,

fuera una procesión vivaz y amable

de obsequios y blancura,

brillante,

ceñida de margaritas y cargada de odres

de aguamiel,

y adornada con perlas y jade;

inundada de risas,

precedida por el repiqueteo de campanillas

y panderos,

Abriendo veredas en el Gran Verjel

Con la festividad del himeneo…

 

Pero los pajes de la Dama van ebrios,

Y la alegría de ese desfile es sardónica.

A la silla de manos de la Doncella anciana

En vigorosa dignidad envuelve

El perfume corrupto de la guerra y la peste.

Adornada con dientes y sangre,

Precedida de llanto,

Y el tiempo y su inclemente obscenidad,

En negro sudario la acompaña.

Envidia, amargura, desespero,

Los tres hermanos de la Reina,

sus cabellos teñidos de plata,

Caminan de la mano

Al son de su tambor beligerante.

 

Si tan sólo sus sienes fueran coronadas

De olivo

Y no de oro lisonjero.

Ojos ciegos, boca ávida,

Y convulsos los cuerpos,

Los hombres se hacen arrollar por Ella:

Se vuelven luciérnagas

De belleza frágil, liminal,

Que giran derrotadas hasta perderse

En sus cunas noctámbulas;

O bien guijarros sueltos,

O flamas de una hoguera

Que pisotean los pies

de aquella corte pasajera…

 

El corazón,

Loco de lujuria asfixiante,

Aprensivo y vidente,

Teme la muerte, lucha en vano.

Se abre camino inundado de gritos,

Perseguido por las rosas marchitas

De sus sueños,

El tañir de la campana y la canción fatal

Que el poeta escuchó

En el gemido agonizante de un enfermo.

Y trata de escapar

Con la celeridad del reo.

 

Mis ojos se desvían hacia la gloria ajena,

¡Gloria, los fuegos de artificio del renombre,

la admiración del mundo!…

Si tan sólo la ambición no me royera,

Si fuera invulnerable a los deseos

Que esa cohorte traicionera me infunde

Con sus timbales y graciosos insultos…

Persigo a la Vida, como el resto,

Bulto informe, destrozado y terco;

Me cubren el fango y el sudor,

Los dientes castañeo.

 

Me quebraron los cascos de un corcel espléndido:

Descoyuntó mi cuerpo el galope improbable

Del jinete de mis falsas esperanzas…

Y sólo queda entre jirones de carne,

Banda de plata engarzada de gemas

Que alguna vez deslizara en mi dedo.

A él me atuve durante dos quinquenios,

Sin que jamás, como juró, volviera.

Y pues que formo parte del rebaño innoble

Que alimenta al espejismo del Ideal,

A través de las dunas del desierto,

Rumio los mustios desengaños que encuentro.

 

¡Envidia, amargura, desespero!

 

Estel

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