Epidemia de clones. Por Carmen Posadas

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Epidemia de clones.

   Díganme, ¿son sólo impresiones mías o la gente –y en especial los jóvenes– parecen cada vez más clónicos? Siempre ha habido cánones de belleza más o menos universales y relacionados con la  armonía, la simetría y la famosa proporción áurea. Pero, dentro de estos parámetros, existía una gran variedad. La belleza de Ava Gardner era completamente distinta de la Audrey Hepburn, y no digamos de la de Rita Hayworth, Greta Garbo o, para poner ejemplos más cercanos, de la de Kim  Basinger o Michelle  Pfeiffer. En el bando masculino nadie confundiría jamás a Paul Newman con Robert Redford, a pesar de ser los dos celestialmente guapos y de complexión similar, como tampoco se parecen en nada, por hablar de dos guapos más nuestros, Miguel Bosé y Bertín Osborne. Ahora, por el contrario, si uno entra en Instagram y no digamos en  TikTok tiene la sensación de que todos esos neofamosos con millones y millones de seguidores están fabricados en una cadena de montaje,  iguales, indistinguibles. Si hablamos de las chicas he aquí el retrato robot. Prototipo A: pelo liso y larguísimo, ojos almendrados, nariz algo respingada, pómulos protuberantes y labios siliconados. El prototipo B tiene los mismos rasgos que el A, sólo que la variante es el pelo es rizado, acaracolado o con ondas. Vistas de cuello para abajo hay aún menos disimilitudes, todas son pechugonas y con trasero a lo Kardashian. Los chicos por su parte le echan al asunto menos imaginación si cabe. Quien quiera arrasar en las redes bastará con que se deje barba de tres o cuatro días, se corte el pelo con tupé rapándose  las sienes  y se tapice el cuerpo de tatuajes. En cuanto a la vestimenta, el uniforme es, en invierno pantalones caídos y sudadera con capucha y en verano inexorables bermudas así como igualmente inexorables  deportivas que deben  ser de marca y carísimas. (A veces, no obstante, y sin que la meteorología tenga demasiado que ver con el asunto, se pueden cambiar las zapatillas por chanclas). Mi hija Sofía, que  es especialista  en  Medicina estética el otro día me solucionó el enigma de esta epidemia de clones: “Es muy sencillo” –me dijo. “El fenómeno de mímesis y de imitación que siempre ha existido en el ser humano antes se limitaba al vestir pero ahora que la ciencia lo permite no solo quieren vestir igual, quieren parecerse físicamente al canon del momento”. Entonces me habló de otro fenómeno que los especialistas en cirugía y medicina estética están observando últimamente. Hasta hace poco a las consultas acudían personas diciendo, por ejemplo, que querían tener los labios de Angelina Jolie o el hoyuelo de George Clooney. Ahora este tipo de peticiones continúan pero hay muchos que vienen con una imagen  suya tuneada y fotoshopeada al máximo y lo que piden es parecerse a esa imagen irreal de sí mismos. Una que, por otro lado, coincide con la de cientos o miles de influencers y tiktokers de modo que cada vez hay por ahí más chicos y chicas reconstruidos hasta parecer personajes de la peli Avatar. El fenómeno de las modas es siempre fascinante y dice mucho de nosotros. Hasta ahora ha habido modas deslumbrantes y otras completamente absurdas y/o francamente feas. Pero tanto las primeras como las segundas compartían  dos cualidades: eran  cambiantes  y  efímeras. Ahora que el fenómeno moda ha entrado en el terreno de lo indeleble, es decir, el de los tatuajes y también el de la cirugía, a punto está de perder ambas cualidades. Por eso, yo me pregunto: Si la moda de hoy dicta que hay que tapizarse  el cuerpo de tatuajes, siliconarse los labios hasta que parezcan ventosas, ponerse pómulos, pechos y trasero falsos, ¿qué pasará cuando todos estos supuestamente bellos  cuerpos  tengan 50, 60 o 70 años? Una de las grandes contradicciones de nuestra época es que, al mismo tiempo que todo es más epidérmico, pasajero y fugaz  los amores, las costumbres, los valores, etcétera, la gente, consciente o inconscientemente, busca lo permanente, lo indeleble. Como tatuarse  junto al corazón un “Por siempre Puri” cuando el amor a Puri puede durar un suspiro. O pasar por el quirófano e inmortalizar un aspecto que no solo artificial  sino que es idéntico al de otros miles –por no decir millones- de  incautos avatares.

 

Carmen Posadas

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