Fuerza y honor. Por Anita Noire

Fuerza y honor.

Fuerza y honor.

 

   No tengo ganas de que me sangren los ojos y tampoco los oídos. Estamos en campaña electoral y la cosa va a peor a cada día que pasa. Ha quedado inaugurada la tómbola nacional en la que parece que casi todo el mundo va a llevarse el premio gordo. Rectifico, todos menos los ciudadanos comprendidos entre los 30 y los 65 años a lo que ni el cine, ni el bono cultural, ni el interrail. Ni una poca mierda nos va a tocar, salvo la seguridad de que el cinturón habrá de apretarse hasta asfixiarse, soportar la cruz impositiva que supone ver perder tus ingresos en gastos que no sirven para nada, y sufrir la pérdida de rumbo de un país que se va reduciendo a cenizas, en todos los sentidos. Pero entre la falta de ganas y de tiempo, ando en medio de una mudanza, espero que la campaña y la tómbola terminen pronto. Lo de salir de ésta, pues ya lo veremos.

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   He nadado y visto estrellas. Es algo que tiene que ver con el parpadear muy rápido con la cabeza sumergida en el agua y avanzar poco a poco. Conviene no abusar.

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   «¿Te llegan mis mensajes?¿Tienes cobertura? Entonces, ¿Por qué no contestas?» Supongo que las dos primeras respuestas tienen una respuesta sencilla y única, y es que sí. La tercera es la que más matices tiene y van desde: Porque no me da la gana, porque espero que te mueras, porque estoy pendiente de que me entierren. Puede sonar grosero pero las desapariciones tienen estas cosas un poco vergonzantes, sobre todo cuando los interfectos se ubican, por ejemplo, en Guadalajara. No hay excusa. A finales de los ochenta había una canción que vendía la versión cara A de la misma historia, de desapariciones y ganas de dar por saco. Decía algo así como: “Cuando crees que me ves cruzo la pared, hago chas y aparezco a tu lado. Quieres ir tras de mí, pobrecito de ti, no me puedes atrapar”. Se la tarareo y le digo que la busque en Spotify o en YouTube. Intento decirle que el mal que ahora le aqueja, que los modernos llaman “ghosting”, (porque cada día somos un poco más imbéciles), es intemporal y que solo se pasa haciendo borrón y cuenta nueva. La vida es demasiado corta para quedarse varado en un esquinazo esperando el “chas” de quien no sabe siquiera decir un adiós o un hasta luego. Me toca invitarle, la edad y la nómina se imponen.

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   Bailar con el delantal de la cocina y el cazo en la mano como si fuera una perfecta Doris Day. Saltitos menudos, pasito tras pasito y un pequeño golpe de cadera de la cocinera ideal. Es domingo y cocino para toda la semana como una moderna. Salta la pista y ahora ya simulo ser Peggy Lee en un más que torpe playback, acabo unas lentejas que quedarán en la nevera hasta mediados de semana. La vida moderna o como joderse un domingo a base de bien, pero menos.

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   Dos calles más allá está la casa de Ihna y Oleksandr. Nacieron en Kiev pero viven en esta ciudad desde hace más de diez años. Los conozco poco, pero ahora sé dónde viven porque de su ventana cuelga una bandera enorme de Ucrania. Por su casa, como si de un puente se tratara, han pasado familias rotas en busca de esperanza. Cada día, cuando vuelvo del trabajo, paso por delante. Tienen las cortinas abiertas y se ve el reflejo de la luz de una pantalla. Solo puedo murmurar “Fuerza y honor”.

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   He notado como si quisiera venirme la regla. Me tomo un ibuprofeno para evitar que los ovarios se pongan en modo explosivo. Respiro hondo y me lo trago después de partirlo por la mitad. Vuelvo a respirar. Menuda mierda, ya no recuerdo cuando fue la última vez que me vino y en casa no queda ni un solo tampón. Creo que fue el año pasado cuando la ciencia y la ginecología anunciaron que la menopausia había llegado para quedarse. Lo que me pregunto ahora, ibuprofeno mediante, es si la menstruación vuelve como el turrón el Almendro, cuando le da la gana y sin necesidad de que sea navidad.

Anita Noire

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