Gianfranco Calligarich, El último verano en Roma
Un credo: la vida. Una condición: sin límites. Una prisión: Roma. Un refugio: el amor… «Roma… era el único lugar donde podría vivir. Si pienso en esos años, sin embargo, apenas consigo ver con nitidez unas cuantas caras, unos cuantos hechos, porque Roma tiene en sí misma una ebriedad particular que abrasa los recuerdos. Más que una ciudad, es una parte secreta de ti, una fiera escondida. Con ella, no hay medias tintas, o le tienes un gran amor o debes marcharte, porque eso es lo que la dulce fiera exige, ser amada.»
La soledad del hombre frente al mundo. Frente a sí mismo. Y a esa incalculable medida que es la desesperación del que no encuentra una excusa para seguir hacia adelante. Esos días sin nada. Y esa perplejidad en forma de onda profunda que tan bien expresó Pessoa en sus escritos, y en su obra, recorren los límites de El último verano en Roma de Gianfranco Calligarich. La apostasía de la libertad. La propia. La irrenunciable. Camina con paso firme a través de una autodestrucción que llevará a Leo, su protagonista, a buscar refugio en el mar. Cama insondable y perpetua de los sueños, y el descanso que proporciona la decisión que por fin sale a la luz cuando creemos ser felices. Felicidad instantánea. Efímera. Cruel. Y hasta sin sentido. Una locura que se muestra bella y profunda. Tan bella y profunda como la eterna ciudad de Roma. Marco inseparable de esta historia que transcurre a principios de los años setenta. En ese interludio de bonanza económica que precedió a la crisis del petróleo. En ese período de tiempo donde los amigos te ofrecían un trabajo si no lo tenías. Un trabajo sin muchas responsabilidades, pues la verdadera amistad amortigua los límites del fracaso. Leo ahí se muestra impasible, majestuoso en su vagabundeo callejero por una ciudad fantasma, apenas perceptible para los turistas. Una ciudad majestuosa que el protagonista recorre sin límite de tiempo. Desde la Piazza del Popolo al Trastevere. Pasando por La Via del Corso. Piazza Spagna, etc. Hasta terminar en la inconmensurable Piazza Navona y sus cafés, su letargo y su desmedida opulencia. Sin embargo, todo esto permanece ajeno dentro del alma de Leo, que deambula por los adoquines de Roma encerrado en sí mismo, visitando las casas de los otros: sus amigos o desconocidos. Y aferrado al alcohol como un salvavidas hasta que ella aparece en su vida: Arianna.
El último verano en Roma es un canto desesperado a la vida. A la relación de un hombre con sus semejantes. Y la de este hombre con una ciudad: Roma. Nada es ajeno a esas sombras que se proyectan sobre Leo en ese peregrinaje interior que a veces se confunde con el tórrido calor de la ciudad eterna y su soledad en el ferragosto romano. Una salida o un final a una angustia que tampoco desaparece con la llegada del mes de septiembre. Gianfranco Calligarich afronta esta rebelión contra el mundo desde la perspectiva del héroe mudo y encerrado en sí mismo que no busca más que una respuesta a todo aquello que le rodea. A su vida. A la necesidad o no del amor. O de la familia. Y lo hace en un entorno que no le dice nada a pesar de su belleza y su magnificencia, como tampoco lo hará ante el encanto caótico y personal de una bella Arianna. Entre sus propias grietas, Leo será fiel a la amistad que representa su amigo Graziano, por mucho que éste sea el reflejo del agua que se encuentra estancada en un pozo. Nada es banal en la vida de Leo, por más que sus posturas sean incomprensibles. Quizá, porque vaya recorriendo la calles de Roma expresando la apostasía de la libertad. Una libertad que no tiene, pues se encuentra encadenado a sí mismo.
El último verano en Roma fue la novela ganadora del Premio Inedito 1973 y publicada ese año por Garzanti en una edición de 17.000 ejemplares que se vendieron en un solo verano para luego desaparecer y convertirse en un libro de culto entre exploradores de librerías de lance y tenderetes ambulantes hasta que en 2010 volvió a ser publicado por la editorial Aragno. Una edición que también se agotó. Bompani la rescató de nuevo en 2016, 43 años después para sacarla del anonimato. El resto ya es historia.
Ángel Silvelo Gabriel.