Gonzalo Calcedo, Como ánades.
El eje de un camino que ya no volverá a ser circular.
Siempre pensamos que tendremos una vez más para repetir aquello con lo que disfrutamos o nos hizo felices. Con el simple apretón de una mano que nunca olvidaremos. Con ese último beso de despedida. O con la sonrisa de la persona que amamos. Sin embargo, el mundo no entiende de otras repeticiones que aquellas que, poco a poco, nos sumergen en el olvido, o nos dejan a la intemperie de los afectos. Afectos corrosivos y letales a veces, justicieros y maquiavélicos otras, e inesperados siempre. Como inesperada es la última despedida que nos marca la vida; una vida que se asemeja al eje de un camino que ya no volverá a ser circular. Como ánades de Gonzalo Calcedo es un ajuste de cuentas con el tiempo. Aquel que se nos escapa de las manos sin darnos cuenta, y del que nunca somos conscientes de que ya no regresará. Su última colección de relatos publicada en Menoscuarto ediciones destaca por la soltura del lenguaje de sus historias. Por el manejo impecable del tiempo y la brillantez de la estructura de los relatos cortos, lo que convierten, sin duda, en el John Cheever español con mayúsculas. Su fuerza narrativa prevalece sobre el desaliento de sus personajes que, en esta ocasión, ajustan cuentas con sus vidas y sus miserias a propósito de la pandemia. Una protagonista que marcha en paralelo a las vicisitudes que la misma proyecta sobre el mundo: al principio el asombro, para más tarde acabar en el derrumbe. Hombres y mujeres solos que huyen por el mero hecho de vencer a su soledad; una soledad que se pega a su día a día con la peor de las intenciones. Decía Pessoa que: «la literatura es mi forma de estar solo»; una forma con la que Calcedo moldea a sus personajes a la hora de derrumbar sus miedos y sus iras. Por ejemplo, en el relato que abre el libro: Invita la casa, la conversación en un bar de hotel entre una clienta habitual y un hombre de negocios, le sirve al autor palentino para dibujarnos un fresco sobre la soledad, el desarraigo, los falsos tics del deseo y la necesidad de jugar al equívoco o aparentar lo que nunca se ha sido. O en el cuento titulado El tiempo, una gota de grasa, donde nos muestra la relación entre un padre, ya mayor, y su único hijo. Aquí nos habla sobre la distancia, la incomunicación, el miedo a enfrentarnos a la realidad, lo inesperado como objeto y propósito de la huida, y la sutileza como eje del engaño.
Como ánades tiene la majestuosidad de las narraciones que nos presentan ese mundo en destrucción del que tanto se habla, pero en el que nadie parece estar dispuesto a renunciar a sus privilegios, ya estén éstos circunscritos al ámbito profesional o personal. En este sentido, en Las islas —donde el virus empieza a hacerse presente— el lenguaje literario de Calcedo se desarrolla a través de situaciones no previstas, donde sus personajes deben luchar contra sí mismos y sus fallas. Aquí, las aventuras extramatrimoniales son refugios sin protección; refugios a la espera de un simple soplo de viento que los derrumbe. Su protagonista femenina a pesar de que se sabe perdedora desde un principio, no acepta ese final. La ternura del rechazo y su inoportunidad, entonces se convierten en venganza. De nuevo la soledad, la necesidad del otro, y el mundo marginal de los sentimientos que naufragan por la inestabilidad de sus fundamentos se hacen presentes. O, como ocurre en Cruzar el mundo, donde en una nueva relación entre dos personas desconocidas asistimos a la soledad que ambas esconden, o a esos fortuitos encuentros que más que agradables o excitantes son los culpables de un desasosiego que se eriza con un simple intercambio de miradas. Miedos que se intensifican tras un inesperado roce. Señas de un mundo-burbuja. Un mundo atrapado por las redes invisibles de un virus.
Enfrentarse al universo narrativo de Gonzalo Calcedo es hacerlo a los miedos que nos atenazan, a las arrugas de la piel que nos delatan y al murmullo de un silencio que cada vez se hace más incontestable. Su fuerza, sin duda, está en su lenguaje y en la elección de unos personajes y unas historias de traspasan miedos y fronteras y se ciñen a un tipo de literatura en desuso: la que nos habla de la vida sin más. El escritor afincado en Cantabria no es de aquellos narradores que nos cierran las historias de una forma directa o incisiva, sino que nos deja adivinar qué será de las vidas de aquellos a los que él ha dado voz en un momento dado. Finales que abren puertas y ventanas y nos permiten ver y pensar. Historias que, como los paisajes, cambian con el paso del tiempo y la luz que inciden en ellos, como sucede en Dejar el hierro donde el mar, la naturaleza o el recuerdo del amor, se fusionan con grandes descripciones de paisaje marítimos que convierten al relato en pura poesía. Bajo esa hipnosis que representa el tiempo, el poder de los recuerdos del pasado sobre el presente y su naturaleza aniquiladora sobre todo aquello que fue importante una vez, es desgarradora. En este relato, las consecuencias del paso del tiempo y del olvido son como esas bombillas apagadas durante largo tiempo y que ya nunca más volverán a iluminar o dar luz. El presente y sus tenebrosas sentencias son el eje de un camino que ya no volverá a ser circular. O en ¿A quién contárselo? Una historia en la que el paisaje es como una avestruz que mete su cabeza dentro de la tierra para ignorar el presente y sus consecuencias, por más que éstas sean visibles. Esta estupenda colección de relatos se cierra con el cuento que da título a la recopilación, Como ánades, quizá el más corto de todos, y que sin embargo, simboliza todo aquello que el autor nos ha ido mostrando a lo largo de las otras ocho historias. Un relato donde la melancolía es una nueva arma de destrucción masiva, pues el lenguaje de Calcedo nos hipnotiza sin apenas darnos cuenta, y cómo no, nos sumerge en el eje de un camino que ya no volverá a ser circular.
Ángel Silvelo Gabriel.