El Domingo de las Madres
¿Qué es entonces contar la verdad?
¿Hay algo más difícil que detener el tiempo? No el que transcurre tras cada movimiento de las manecillas de un reloj, sino aquel que, en nuestra mente, deja a nuestros pensamientos fuera de este mundo, por su carácter envolvente e hipnótico. Esa sensación es con la que Graham Swift consigue atrapar a sus lectores en esta novela-tiempo que es El Domingo de las Madres. Una historia de historias por la capacidad de envolver en una única narración dos vidas: la realmente vivida y aquella que se quedó parada en un domingo soleado del mes de marzo de 1924. Sin embargo, esa nueva vida en algún momento de nuestra existencia echa de menos a la que no fue, lo que conlleva la necesidad de volver atrás. A través de los recuerdos. Y mediante el juego azaroso de intentar atrapar el tiempo. Aquel que un día lo dejó todo en un estado indeterminado, inconcluso, fugaz, como el deseo que explota sin otra medida que la pasión, y una imperiosa atracción hacia la verdad. Aquella que nunca fue real, y que sólo podemos inventar, fabular, ficcionar…, o simular que la cogemos durante un instante entre nuestras manos: «¿Qué era exactamente, entonces, lo de contar la verdad? ¡Los lectores quieren siempre que hasta la explicación se explique! Y cualquier escritor que se precie los engatusará, los azuzará, se los llevará al huerto. ¿No era lo bastante obvio? Se trataba de ser fiel a la materia de la vida, se trataba de intentar capturar, aunque jamás se logre, la percepción misma de estar vivo.»
¿Acaso importa que aquello que escribimos sea cierto o esté basado en la pura ficción? El arte de la literatura es el resultado final del cómputo entre lo vivido y lo deseado. Y, lo importante, al final, es la historia que se nos cuenta. Ese «cuento» al que hace referencia Graham Swift en esta novela hipnótica por lo que tiene de llegar a atrapar el tiempo como si fuese un instrumento más de su técnica narrativa. A través de la voz de su protagonista Jane Fairchild. De las elipsis con las que acota los períodos temporales de la novela. Con el suspense que a él le sirve para narrarnos esa otra vida: la que se ha vivido. En este sentido, el escritor británico despliega todo un compendio de imágenes, sensaciones y vivencias en las que caes atrapado igual que lo hacemos al mirar al horizonte en uno de esos atardeceres que siempre recordaremos, porque esta historia —o «narración» como también nos apunta su protagonista— es la historia de una vida. Vida que parte de un recuerdo y poco a poco se traslada a un presente vital que se presume que está a punto de terminar. De ese tira y afloja temporal nace una novela que se sumerge en la literatura dentro de la literatura. Esta elevación al cuadrado del espectro creativo es la que nos ofrece la posibilidad de sumergirnos en una narración de un hecho que cambia la vida de la protagonista, pero también en las profundidades de la espesura de la literatura sin más, porque lo que es contado alcanza la innegociable necesidad de encontrar la propia lengua. Una lengua que va más allá del idioma para adentrarse en los límites intangibles de la expresión de todo aquello que es necesario ser contado. ¿Qué es entonces contar la verdad?…
Esta novela que es la historia de toda una vida: la de Jane, también le sirve al escritor inglés para abordar en profundidad al personaje femenino que alimenta tras cada palabra o cada descripción. Ella es una mujer trasgresora de principios del s.XX. Tan trasgresora que sabe leer y escribir. Y le gustan los libros que sólo leen los hombres. Libros de aventuras como los de Joseph Conrad, un escritor que Swift ha elegido no sólo para traspasar las barreras del tiempo, sino también para llamarnos la atención sobre ese tipo de literatura universal que en muchas ocasiones desdeñamos o dejamos caer en el olvido. Un Conrad, y su significado literario, que en este caso podríamos llevar a nuestro terreno para confrontarlo con Miguel de Cervantes y su Quijote —novela universal donde las haya—. Desde ese paradigma Swift ataca el corazón del lector para mostrarle los elementos esenciales de la literatura y la vida. Y lo hace con una técnica literaria sobresaliente, donde la cadencia de los hechos abordados, y el mimetismo de sus palabras, nos llevan a una observación detallista y profunda de los sentimientos humanos. ¿Acaso un escritor no es sino un buen observador? Con esa precisión narrativa es con la que El Domingo de las Madres nos atrapa a cada párrafo leído, pues la percepción de los términos que en ellos aparecen nos hacen pensar que todo lo que ocurre es indispensable, tanto, que nos planteamos: ¿Qué es entonces contar la verdad?
Ángel Silvelo Gabriel.