LA NECESIDAD DE REINTERPRETAR A LOS CLÁSICOS.
La razón por la que nos seguimos interrogando sobre las mismas cuestiones a lo largo de los siglos no es sino el espejo en el que siempre acabamos mirándonos en busca de respuestas. La ciencia, la religión, y por qué no, la literatura, han sido y siguen siendo una fuente incansable de propuestas y respuestas que, sin embargo, no siempre encuentran el acomodo deseado para aquellos que se interrogan por el por qué y el ahora. Esa necesidad de búsqueda en el más allá cotidiano es uno de los planteamientos que José Mateos nos hace en 3 Noches 3 Auroras editado por Newcastle Ediciones. Un nuevo libro y una nueva aventura literaria en la que pequeña editorial murciana sigue afianzando su particular marca y línea editorial-literaria en cada libro publicado. En este caso, bajo las figuras de Dante y La Divina Comedia, Cervantes y El Quijote y Shakespeare y sus obras de teatro, el autor nos va llevando de la mano por estos tres grandes clásicos y la reinterpretación de sus grandes obras. Obras inmunes al paso del tiempo y que Mateos nos muestra actuales y trasgresoras con una nueva visión comparada, en primer lugar, y propia, después, que él hace de cada una de ellas. Porque tal y como se nos dice en la contraportada del libro: «Dante, Cervantes, Shakespeare… son, por el contrario, algo vivo, son el testimonio de la continuidad de la experiencia humana y pueden ser diferentes al ser escuchados con oídos diferentes.»
3 Noches 3 Auroras tienen en común que nacen de las anotaciones que el autor ha ido haciendo en los libros que analiza y que tienen la cualidad de los fragmentos que, como un rompecabezas, van tomando cuerpo a medida que avanza la lectura por parte del lector y el análisis por parte del autor en cada una de ellas. Así, en La Divina Comedia de Dante, Mateos nos apunta que de dicho libro salimos «no sabiendo mucho más de lo que nos espera tras la muerte, pero sí sabiendo más del hombre, de sus pasiones, de sus anhelos, de lo que nos jugamos aquí, en este mundo.» Para más adelante decirnos que: «… leemos “La Divina Comedia” para saber más, para entender más. Y una y otra vez recorremos sus páginas, paseamos por sus impenetrables misterios, impulsados por el presentimiento de que ese libro contiene todas las respuestas a las preguntas que nos hacemos mientras leemos.» Un análisis que finaliza con la percepción para Dante de que: «el lenguaje no es el mejor instrumento que el hombre posee por la propia incapacidad de las palabras para expresar lo que él trata de decirnos… y Dante parece comprender que ha llegado ahí, a ese lugar, donde no son necesarias las palabras, gracias a la palabras.» Un canto, sin duda, a la contemplación y a la vida.
En cuanto a Don Quijote entre la niebla, Mateos inicia su discurso enunciando las múltiples interpretaciones que del mismo han dado escritores y críticos a lo largo de los años. Reflexiones que él pone en cuarentena al exponer la suya propia cuando nos dice: «la coherencia de ”El Quijote” sólo se advierte si se aceptan sus vacilaciones y rectificaciones». De lo que podemos inferir que la duda que anida en el alma humana es la que persigue y define al Quijote. Una duda en forma de melancolía que él explora a través de la aventura. Una aventura que es experimento y desafío como nos dice Mateos: «Como el mismo Cervantes al escribir su novela, don Quijote va a llenar la vacuidad de la vida y sus carencias también con los ideales de un mundo imaginario, con peripecias, dando rienda suelta a su fantasía. Ambos, Cervantes y don Quijote, se han vuelto, con el paso de los años, seres desengañados, melancólicos, ambivalentes, permanentemente insatisfechos, ambos son reflejo de una indecisión vital». Un impasse vital que necesita de las nuevas ilusiones y de los sueños para rellenar el vacío interno que provoca la vida. Sin embargo, como nos apunta Mateos: «El punto de partida de “El Quijote” es, pues, el desengaño y el desengaño es el punto final. Aunque en el trayecto de un desengaño a otro hayamos aprendido algo fundamental: que los deseos y ficciones de nuestro yo no llenan ese vacío, ese trampantojo en que se vuelve la realidad cuando creencias y utopías se derrumban.»
En la última de las tres aurora, Hamlet y el oscuro, se nos plantea que los personajes de Shakespeare son meros arquetipos que nunca nos encontraremos por la calle, pues se nos asemejan más a fantasmas incorpóreos cuya mente está siempre dirigida por el misterio. Misterios, incertidumbres y tragedias que colonizan la obra del dramaturgo inglés con la intención, como nos apunta Mateos, de «poner en marcha el juego de las pasiones, que en sus dramas ejerce la misma función que el Destino en la tragedia griega». Por ejemplo, en Hamlet, la venganza es el único medio de satisfacer la reparación del agravio perpetrado al otro, donde ese otro no cuenta con un sistema institucionalizado que vigile y guarde sus derechos por él. Esa visión individual y de resarcimiento de la tragedia tiene cabida hoy en día —como nos expresa su autor— en las competiciones deportivas, pues representan la confrontación donde alguien siempre tiene que ser vencido, como mejor mensaje o eco de los ritos sagrados ancestrales, pues «Como público queremos culpables, víctimas sustitutorias, queremos un sacrificio que aplaque la ira de los dioses, del destino…» Un destino percibido como elemento que crea y destruye. Un destino que expresa la necesidad de reinterpretar a los clásicos.
Ángel Silvelo Gabriel.