La bruja Matoses. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (LI)

LA BRUJA. GOYA

La bruja Matoses.

      De nuevo la retorna de aquella cabañuela trocó en tormenta al caer la tarde. Los niños nos refugiamos en casa de Antonio y Bienvenida, que eran los padres de José Antonio, Santiaguico, Carlicos y Fernandico. Remedios, Joaquina, Bienvenida y las tías Agustina y María, estaban haciendo conserva de tomate. De aquel tomate de pera que se cultivaba en Los Antolinos y que era de un sabor espectacular. Cuando leí por primera vez el “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, imaginé que los tomates que quería desesperadamente comprar el viajero eran los San Pedro. Es más, siempre aparecen esos tomates en las imágenes de mis lecturas, hasta en las ensaladas de la literatura realista rusa. ¡Inigualables! -Me ha dicho mi pupilo.

      Los chiquillos se arremolinaron en derredor de las mujeres que faenaban en el envasado. Primero se escaldaban hirviendo en grandes cacerolas. Una vez pelados, se introducían en botellas de cristal empujando con una caña con un embudo hasta llenarlas, se les añadía ácido salicílico y, luego, se ponían al baño maría. También se envasaban en botes de boca ancha. Era la forma de tener tomates durante todo el año pues entonces era un fruto de temporada. En la actualidad, gracias a los invernaderos y a las nuevas variedades, hay frescos durante todo el año, pero no son aquellos tan delciosos.

      Arreció la tormenta y soplaba el viento que se introducía entre las rendijas de las ventanas y del tejado, al tiempo que se oscureció la tarde notablemente, con tintes tenebrosos. La madrina de mi pupilo se acercó hasta la casa para comprobar que estaba allí a salvo y también se agregó al trabajo. Y en esas estaban, cuando el viento produjo un gran estruendo, haciendo vibrar todas las puertas y ventanas.

      -¡Ay! ¡Qué miedo! Ha pasado la bruja Matoses. -Dijo la tía María.

      -¿La bruja Matoses? -preguntó alguno de los atemorizados zagalicos.

      -María Matoses fue una mujer de Cartagena que vivió hace más de doscientos años. Era una mujer normal, pero un demonio se enamoró de ella y una noche la poseyó en su lecho. A partir de ese momento, los diablos la trasladaban por los aires para apartarla hasta zonas que no pudiera nadie observarles mientras la forzaban en aquelarres, en las que participaban otras mujeres, hasta convertirla en bruja, dotándole de grandes poderes. -Prosiguió.

      -Y dicen que aprendió a volar y se trasladaba por los aires por todos estos campos para atender a quienes la buscaban para atraer amores o curar el mal de ojo. Mas, como -en el fondo- era una buena mujer, en su lecho de muerte se le apareció Jesucristo quien, compadecido de su historia y de que su relación con los demonios había sido forzada, le perdonó sus pecados, la libró del infierno y le puso como penitencia que su alma vagaría durante trescientos años volando allí donde fuese necesario para proteger con su magia a las buenas gentes tanto de tormentas, como de maleficios y a las mujeres de ser secuestradas o poseídas por demonios. Y cuando pasa volando por un determinado sitio, sus conjuros se oyen como un gran ruido espantoso. Como el que hemos oído antes. -Concluyó la tía María, dejándonos a todos perplejos.

      -Como cuando cuentan que entró un rayo en mi casa, que entró por la ventana de la esquina y salió por la puerta principal, sin causar daños. Dijo la madrina de mi pupilo.

      -¿Y vuela en una escoba, tía María? -Preguntó Carlicos.

      -No creo -le contestó- ya no la necesita, es su ánima la que sale de su tumba a ampararnos. -Dijo, regresando al rezo de un trisagio protector de las tormentas.

      Más tarde supe que, en realidad, aquella bruja se llamó María Matoces y Síscar, que vivió en Cartagena en el siglo XVIII.  Como en gran parte de Cartagena y su campo, se “sesea”, es decir que la “c” se pronuncia “s”, se la conoce como la Bruja Matoses por aquellas tierras, en vez de Matoces. -Me ha indicado mi pupilo.

      Los niños, también me comentó, regresaron a sus casas tras despejar la tormenta, con cuidado de no pisar los grandes charcos formados en el camino, temerosos de la bruja y a la par, con un presentimiento de su protección. Y aún, hoy, cuando hay tormentas, invoco a la bruja Matoses para que nos proteja. -Me ha dicho para finalizar.

      Pues ya lo sé de ahora en adelante, puesto que a mí me producen verdadero pánico las tormentas y bueno es saber que un buen espíritu puede protegernos.

      (Continuará).

 

Gregorio L. Piñero

(Foto: “Linda Maestra”. Capricho 68 de Goya).

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