La dama de los dragones.
Me lo dijo en voz baja, como si fuese un secreto de esos que hacen que nos escondamos para contarlo.
La mujer que hasta ahora me había sorprendido por su rectitud, por su madurez, se volvió ante mis ojos una niña dulcemente avergonzada, como si estuviese diciendo algo malo; y de repente lo vi claro.
Me reconocí en sus ojos, en aquellos ojos que miraban al mundo real con pena, por lo que éste le daba, pero también con una esperanza oculta en lo más hondo de su retina: la esperanza que sólo encontramos en los ojos de los niños, que no han perdido de vista ese mundo mágico poblado de unicornios, de piratas en su isla del tesoro… de dragones.
Recordé que yo mismo había buscado esos mundos y, al no encontrarlos, había comenzado a crearlos.
Me despertó de mi ensoñación al teléfono con una súplica –«no te rías, por favor, te lo digo en serio»–, y la tranquilicé, explicando mi silencio al ser partícipe de tal confesión. Y siguió hablándome, como si intentase convencerme de que su pasión tenía una lógica, de que tales bestias mitológicas existían, y no eran tal y como su imagen nos había llegado… sin saber que ya no hacía falta que me convenciese de nada, que desde hacía mucho, sin que ella lo supiese, todas sus palabras eran para mí una verdad absoluta de la cual nunca dudaría. Me hablaba de cómo volaban, y ella no sabía que yo volaba ya hacía muchas conversaciones. Me contaba de su aliento de fuego, y desconocía que un fuego mayor ya me consumía desde sus primeras palabras.
Y entonces, como pasa en los sueños de las historias mágicas, supe qué era lo que tenía que hacer. Asentí para que supiese que yo estaba de su lado, que no era uno de aquellos que no compartían su ilusión, que se la cercenaban nada más observar los primeros brotes; aquellos que habían hecho que la rutina, lo gris, dominase su vida, a pesar de que por dentro la batalla continuaba día a día, noche a noche, para que nadie le arrebatase lo más preciado para ella. Los dragones. Su capacidad de soñar, y de cumplir sus sueños.
Y sin más palabras, cuando la conversación se terminó con el más dulce «gracias» que había oído hasta la fecha, desplegué mis alas, me dejé caer desde lo alto del torreón en el que vivía desde el principio de los tiempos y, exhalando un animoso chorro de fuego por mis fauces, me dirigí a salvarla de los caballeros que la atormentaban.
Segismundo Fernández Tizón
Una pequeña historia que nació para una verdadera dama de los dragones, de esas que ya no quedan… para ti, María Dueñas, esperando que ese dragón acuda siempre que lo necesites. Miríadas de besos.
Gracias por llamarme » Dama de Dragones», conoces a la perfección mi visión sobre ellos y sobre ti ….ese Dragón que me vigila desde lo alto del torreón, haciendo que mi persona esté cuidada e iluminada por el resplandor de su fuego , reposada y arropada gracias a su lomo y alas ….
Me has hecho buscar la última palabra que usaste » miríadas», algunas veces eres muy rebuscado.
Te deseo la misma cantidad de besos y gracias por estar ahí siempre.