La esquina. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XL)

Esquina

La esquina.

      La tía-abuela Carmen, mi buen Cholo, fue una de las principales responsables de que yo sea un adicto a la radio. -Me dijo anoche mi pupilo.

      Quedó ciega y la radio era su mejor compañía. Incondicional de la cadena SER, nunca se perdía capítulo alguno de la interminable serie radiofónica de “Ama Rosa”, de Guillermo Sautier Casaseca que se emitía a las cinco de la tarde y le interrumpía la siesta tomada en su mecedora, al fresco de “la esquina”.

      “La esquina” era el lateral Norte de la casa. Su propia sombra y la de las frondosas higueras que se alzaban desde un costado de la boquera de riego, creaban un ambiente agradable y fresco, que permitían hacer unas siestas de fábula. Antes de quedar invidente, la tía Carmen (a la que cariñosamente llamábamos “tía Marmito”) pasaba las tardes haciendo encaje de bolillo, escuchando la radionovela. Cuando terminó el serial de “Ama Rosa”, le siguió otra inolvidable: “Simplemente María”, también de Sautier Casaseca.

      Aquellas entregas, Cholo -me ha dicho- eran algo parecido a lo que haces tú con estos cuentos.

      Además de las radionovelas, que tenían unos elencos de actores magníficos, otros programas llenaban la esplendorosa parrilla de aquellas emisoras. En la Cadena Ser, destacaba un programa infantil: “Matilde, Perico y Periquín”, de Eduardo Vázquez y que contaban las tribulaciones de una familia que trataba de ocultar sus penurias. Yo era fan de Periquín, el menor, porque era todo sinceridad ante su maestra y, especialmente, con su vecina doña “Metementodo”. Cuando comenzaba a sonar la sintonía del programa la tía «Marmito» le llamaba: -¡Gregorito! ¡Gregorito! ¡Qué empieza tu programa!

      Y mi pupilo corría hasta su mecedora, se sentaba sobre sus piernas y ponía su oído junto a un lado del transistor (al otro estaba ella) y permanecía estático los quince minutos que duraba el serial infantil. Si lo oía pegando el oído a la radio, era porque el altavoz se ponía bajito, a fin de no molestar a quien no deseaba oír aquello. Le siguió, del mismo autor, “La saga de los Porretas”.

      Era un modelo de transistor relativamente pequeño. Los transistores supusieron una verdadera revolución en la radio al permitir reducir el tamaño de los receptores de una forma muy notable. Los de marca española eran “Goldberg” y tenían una funda protectora de cuero marrón. Luego llegarían al mercado los diminutos “Sanyo”.

      Y a qué no sabes, Cholo, ¿cuál era la sintonía patrocinadora de “Matilde, Perico y Periquín”? -Me ha preguntado mi pupilo, dejándome sin capacidad de respuesta.

-Pues nada menos que la canción del “Cola-cao”. Ya sabes: “yo soy aquel negrito, del África tropical…”

      También se escuchaba durante los fines de semana “Cabalgata Fin de Semana”, del gran Bobby Deglané y luego de José Luis Pécker. Y, lo que más le gustaba a mi pupilo: Pepe Iglesias “El Zorro”, que comenzaba silbando la sintonía del programa y decía: “yo soy el zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos. Yo soy el zorro señoras, señores, de mil amores…”, con una cadencia especial.

      -La esquina era ese lugar de tertulia sosegada y confraternización de toda la familia, donde se comentaban las situaciones y se ofrecían los consejos. Quien lo deseaba, daba la cabezada, pero quien no, platicaba con suavidad o escuchaba.

      Eran ratos de sobremesa, sin mesa, verdaderamente inolvidables, que estrechaban los lazos familiares. -Ha concluido mi pupilo.

      (Continuará…)

 

Gregorio L. Piñero 

(Foto: tertulia de la Esquina. Álbum familiar).

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