La nevada.
Nieva aquí. Y hoy
el mundo alcanza sin saberlo su revolución:
las cosas dadas por pérdidas se sujetan en el aire,
descienden lentamente hasta un suelo mullido;
y tú mantienes el ánimo que la mirada negocia
con el ocre de la tarde de diciembre
o el recuerdo del olor de una taza de té,
preparado por Abba, en un improvisado fuego.
Ahora, y gracias a ésta nevada,
es posible hundirse en las alturas
como el humo que asciende de unas ramas de olivo:
tu mirada inmóvil, hacia arriba el mentón a favor de la escarcha
convirtiendo en ceremonia ésta albura de cielo,
donde ondea, la única bandera que conmueve mi sangre.
Emilio Aparicio