Las polillas de la luz
Las polillas de la luz revolotean ciegas alrededor de las bombilla, sus favoritas son las antiguas, las que amarillean en esplendoroso pasado, las que cuelgan del techo por un cable rígido de cobre cubierto por una funda de plástico color blanco roto, agrietado y pringoso, cuarenta centímetros caídos desde el techo, y plagados de motitas negras pegadas a lo largo de toda su extensión. La polilla de grandes alas grisáceas decoran motivos funestos en su batir, revolotea en la estancia rodeada de cómplice nocturnidad, solo tiene un camino hasta hasta la debilidad del cristal, y contra él, una tras otra choca, la polilla lidia, y riñe contra el vidrio de delicada finura, ella se empeña en franquearlo, no se rinde, necesita sortear la defensa que resguarda en su interior las dos antenas unidas por el fino filamento de cobre que le confiere la magia, la potencia, la fuerza, y el vigor energético que rompe la oscuridad.
Como la polilla, la humanidad a su imagen y semejanza siempre ha sido gris, si, muy triste y muy gris, y las personas nunca ha pasado de ser más que esa polilla enfrentada a una farsante bombilla que nos encandila, que embauca a las diversas civilizaciones con la luminiscencia suficiente para cegarnos, y atraernos a todos hacia el cristal irradiante que evita que giremos la cabeza de la oscuridad, de la oscura realidad.
El trampantojo ha estallado, el cristal saltó hecho añicos frente a nosotros, el estruendo retumbó en el conjunto del planeta. Las polillas de la luz revolotean ciegas alrededor de las bombilla, sus favoritas son las antiguas, las que amarillean en esplendoroso pasado.Solos, helados, y en la noche eterna. Desamparados, la generación final paraban las olas del virus con las palmas de las manos, pero en tropel se escapan entre los dedos temblorosos por donde irremediablemente se escapaba la vida.
Mientras, los recursos materiales en los cuales se había sustentado la historia de la humanidad se iban agotando al mismo ritmo que lo hacían todos y cada uno de los individuos. En los estertores finales, los poderosos del pasado haciendo gala de lo que un día fueron dan sus últimos coletazos de egoísmo ante la enfermedad que hizo estallar la bombilla desde dentro. El silencio recorre desde las grandes ciudades hasta el último pueblo. País tras país, un continente tras otro, en sigilo se apagan en últimos silencios, luceros de ojos abiertos en cuerpos rígidos pueblan la tierra.
El principio después del fin daba el pistoletazo de salida a una nueva oportunidad, y es muy probable que sea la última. Sin embargo el destino quiere jugar sobre seguro, no hay tiempo para más experimentos así que para no arriesgar, el destino encarga el futuro a unos pocos que siempre vieron la mariposa en el aletear de la polilla.
Entre los escogidos reinaba la diversidad. Ninguno de ellos pasaba de los diez años de edad, y todos compartían un nexo común, todos poseen una sincera sensibilidad, unas características que en el mundo anterior les tildó de niños especiales, de criaturas de las que todos hablaban bien, y hasta con cierta condescendencia, pero a los que nadie hizo caso, ni mucho menos intentamos aprender de ellos en ningún momento, y estos tienen las clave, las llave para una nueva oportunidad, son la semilla del nuevo mundo.
Las poblaciones tiñen de gris el silencio absoluto, hasta que en un momento determinado se oye el tímido chirriar de algunas puertas al abrirse. Son muy pocas, y por ellas se dejan ver las pequeñas cabecitas de los mencionados habitantes que aún siguen vivos. Despacio, con parsimonia, con la mirada arrastrada por el suelo se adentran por las calles, y por los caminos, no quieren levantar la vista, no quieren percibir la muerte reciente, ni cruzar una simple mirada con los ojos abiertos y sin vida de los cadáveres retorcidos, y agarrotados que plagan el suelo, los sortean con movimientos pausados.
Poco a poco el destino los guía hacia el bosque recién amanecido, con las arboledas lavadas de rocío, por el primer relente del nuevo mundo.
Por diversos bosques, en la inmensidad del planeta se engarzan los niños por la manos mientras se sientan formando un círculo, no hablan entre ellos, miran al suelo y se cogen con fuerza los unos a los otros. en pocos minutos la tierra absorbe la vida, enraiza la bondad de aquellos pequeños seres humanos. Las manos transformadas en jóvenes ramas siguen tocándose, el corro ha agarrado en la tierra tierna y húmeda. Con ellos la civilización da por finalizada su existencia, pero con la seguridad que en unos pocos miles de años, volverán, regresarán con la simiente de una nueva humanidad humana.
Jordi Rosiñol Lorenzo