Lo que uso y no recomiendo.
Me gusta volver con frecuencia a las publicaciones del sello Liliputienses, porque siempre descubro en ellas brillos que capturan mi atención y que me hacen cabecear con asombro. Son voces por lo general jóvenes, frescas, desinhibidas y arriesgadas, que no temen adentrarse por caminos insólitos y que, como premio a su osadía, recolectan algunos frutos tan inesperados como suculentos. Tampoco en esta ocasión, cuando me he adentrado por los senderos líricos del argentino Gustavo Yuste (Buenos Aires, 1992), he salido defraudado de la experiencia. Con poemas breves, pero vigorosamente bien coordinados, el poeta nos traslada la crónica de una erosión sentimental, en la que va dibujando con versos sencillos y profundos (admirable el equilibrio que logra entre extensión e intensidad) los pasos que inevitablemente conducen al fin de una aventura amorosa: la tristeza, la constatación del desgaste, la decoloración de los días, el apagamiento de las sonrisas, el espaciado de los abrazos, los reproches, la aceptación de que todo Titanic encuentra tarde o temprano su iceberg y, por fin, contemplar el pequeño apartamento común y decirnos que “la inmobiliaria ya le encontró comprador” (p.67).
Podría irles glosando cada fase de esta agonía, cada centímetro del cuerpo que se hunde en las arenas movedizas, pero Gustavo Yuste lo ha dicho demasiado bien en sus versos como para profanar sus palabras con la torpeza de mi discurso. Si me permiten, les anoto (ordenadamente) algunos de los versos que he subrayado durante mi lectura: seguro que con ellos entienden la necesidad de acercarse al volumen y leerlo con emoción, en silencio.
“Nuestra tristeza / no entra en esta habitación / pero sí en un haiku”. “El cristianismo y nuestra relación: / dos religiones que necesitan de un milagro / para mantener en pie su relato / y edificar arriba de eso”. “Ya es oficial: / no nos alcanza / con una primavera estándar / para ponernos contentos”. “Un ejemplo concreto: / parecía haber mucha más felicidad / en el paquete entero cuando lo compré / que en estas galletitas de chocolate rellenas / comidas de manera robótica / en medio de una plaza enrejada”. “Igual que a un amateur / que pelea por el vino / o a un peso pesado / que tira golpes millonarios / detrás de las luces de Las Vegas, / también deberían prohibir tu mano / si vas a tocarme / sin acusar ningún tipo de sentimiento”. “La tristeza / es necesitar un consejo útil / y recibir en su lugar / un tupper recalentado / lleno de lugares comunes”. “Yo tampoco sé tomar decisiones / hasta que algo no se rompe del todo”.
Rubén Castillo