Los Antolinos. Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XXXII)

AQUELLOS VERANOS REMOTOS

Ferrobús
Segunda parte: LOS ANTOLINOS

 

      A la mañana siguiente, tomábamos el tren hasta Murcia. Primero era un convoy con locomotora de vapor y coches de balconcillos. Luego, en los modernos ferrobuses, conocidos en RENFE como los “abuelos”. En éstos, a Basilín, para que no diera mucho el follón durante el trayecto, el revisor o la misma Guardia Civil lo llevaba hasta la cabina de conducción y allí pasaba el viaje, para tranquilidad de los pasajeros. -Me ha dicho mi pupilo.
Cholo -ha continuado- aquella línea de ferrocarriles secundarios era una gran obra de ingeniería. Aún hoy se conservan sus magníficos viaductos. Fue una verdadera barbaridad el suprimirla, pues vertebraba a los pueblos del Noroeste murciano y de sus alrededores, tardándose décadas, hasta la ejecución de la actual autopista, en volver a tener conexiones adecuadas con la capital y con el resto de la Provincia.
Una vez en Murcia, tomábamos el taxi de Hidalgo o el de Pascual, concertado previamente por teléfono (por conferencia con su habitual demora) y que nos esperaba a la puerta de la estación de Murcia-Zaraiche y, partíamos rumbo hacia San Pedro del Pinatar, con la obligada parada al inicio del Puerto de la Cadena en la Venta de la Paloma, donde se tomaba un refrigerio.
Hasta bien entrada la tarde no llegábamos a nuestro destino: la pedanía de Los Antolinos, en San Pedro del Pinatar.
Era una verdadera aventura aquel viaje, desde Caravaca a la población ribereña del Mar Menor. Se tardaban unas 7 ú 8 horas, en la que los niños, nos asombrábamos de los paisajes por los que transcurría -y transcurre- la ruta.

      -¿Sabéis por qué se llama este puerto de “La Cadena”? -preguntó a sus hijos, Pepe Piñero.

      -¿Por qué? -contestaron.

      -Porque en él estaba el castillo del Portazgo. -Mirad: hacía allí están las ruinas.

      -Y, sí, mirábamos, pero con la velocidad de la marcha, no las veíamos…

      -El Portazgo -prosiguió- era un tributo indirecto que se pagaba al entrar a las ciudades, para franquear sus puertas. Y, en este Puerto, en el camino de carruajes y caballerías, había una cadena que no se retiraba hasta el pago del impuesto y autorizado el paso. -Concretó desde su visión profesional como Depositario de Ayuntamiento, de Cuerpo Nacional.
A la llegada nos esperaban nuestros abuelos, Basilio y Encarna y nuestros tíos: Yeya (mi madrina) y Pepe. Y también estaban el tío Emilio y la tía Carmen (hermanos del abuelo) y la esposa de aquél, Rosario, con sus hijos, los primos Emilio, José Luis y Paco.
Una vez instalados regresaban nuestros padres y nos quedábamos en aquella casa de persianas menorquinas en puertas y ventanas, de una sola planta y de porte, por el espacio que ocupaba, palaciego.

      Allí, en Los Antolinos, había muchos más niños que en Burete y que te iré presentando. -Finalizó mi pupilo.

      (Continuará…)

Gregorio L. Piñero

(Foto: Ferrobús. «El abuelo»).

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