Cuentos estivales (XXXIII)
Los Antolinos (II).
Mi buen Cholo: Los Antolinos era (y es) una pedanía diseminada de San Pedro del Pinatar, en el interior geográfico desde el Mar Menor, en el que se encuentra Lo Pagán, aunque hoy ya es un barrio más de la trama urbana. -Me ha explicado mi pupilo.
La casa de la familia era muy grande y con gruesos muros que la aislaban del clima exterior. Además de las habitaciones, cocinas y despensas, tenía un antiguo oratorio, un gran patio central y las cocheras y caballerizas. La salida de carruajes era un gran porche que estaba flanqueado por las viviendas del tío Saturnino y la tía Agustina y del tío Carlos y de la tía María.
Al lado de mediodía, se situaban las cochineras y un aljibe con acceso exterior estando, dentro del recinto de la edificación, las conejeras y los gallineros. Y, un entorno de pinos y cipreses, un pequeño huerto, emparrado y cercado, donde un jinjolero era el rey. En la trasera, a poniente, unas paleras de higos chumbos que eran un espectáculo por sí solas y, al Norte, la “esquina”, donde a la sombra de la propia casa y de unos grandes árboles que flanquean la boquera, permitía hacer unas siestas de fábula.
La boquera, es la acequia. Allí se llaman así. Y por ella pasaba un agua cristalina, proveniente de pozos, que permitía el riego de las tierras de cultivo y nos servía para bañarnos cuando transcurría el agua y para rebozarnos en su barro residual iniciándonos en la alfarería más primitiva.
Además, los críos llevábamos unas sandalias de plástico, con hebilla de metal, que te permitía caminar dentro del agua sin problema alguno con el calzado.
Y sombrero. También llevábamos sombrero, idéntico al de Burete: de paja, con media esfera como copa y con barboquejo. ¡Ah! Y una cinta de color. La mía era verde.
Cerca, estaba la casa del tío Pepe “Pelanas” y de Remedios, hija de la tía Agustina y del tío Saturnino. Su hijo (y nieto), también Saturnino, era cercano a mi edad y compartimos vivencias, junto con José Antonio, Santiago, Carlos y Fernando, hijos del tío Antonio y de la tía Bienvenida. De niñas, estaban las hijas de Pepe y Remedios: Remedicos, María Agustinica y Finica.
Como ves, Cholo, éramos un montón. ¡Y qué grandes personas!
El tío Saturnino, más que un agricultor, por su tez morena y curtida por el tiempo, parecía un viejo lobo de mar, especialmente cuando cargaba su pipa y se ponía a fumar. Más parecía que estaba a bordo de un barco que sentado en el atrio de la casa cuando se juntaban por las noches.
Y el tío Carlos, un poco más joven, no le quedaba a la zaga en su bonhomía. Eran hombres a los que la vida había enriquecido en experiencia y sabiduría.
Frente de la casa estaba la era. Uno de los centros de nuestras mayores diversiones y, un poco más allá, una balsa abandonada, donde cogíamos cientos de caracoles que poníamos en un cubo pequeño de plástico y que, tras la correspondiente depuración, se cocinaban.
¡Ay! ¡Las comidas! La abuela Encarna también era una cocinera insuperable. Ya te iré contando. Eran elaboraciones sencillas, de cocina humilde, mas de sabores exquisitos. A las que estando allí, se añadía a la dieta el pescado del Mar Menor que, por su salinidad, tiene un sabor especial y único.
(Continuará…)
Gregorio L. Piñero Sáez.
(Foto: detalles del aljibe y de la verja de unas de las ventanas de la casa de la fachada principal, y en la que puede apreciarse el grosor del muro).