Llamen a los niños, porque esto interesa a las familias, sírvanse un whisky, que yo ya llevo el mío a medias, y vamos a explicar el fundamento cultural de la magia de la Navidad, ahí es nada: los Reyes Magos de Oriente entraron en la Historia del Arte en la Basílica de San Apolinar il Nuovo de Rávena, en un mosaico del siglo VI donde se los representa con gorro frigio y con su nombre escrito por encima de sus cabezas: Gaspar – Melchior – Balthassar. Gran milagro y admirable magia es ésa; porque el Evangelio da pocos detalles, por no decir ninguno, y, pese a ello, el artista no dudó y puso todo en su sitio y en su orden: primero Gaspar, que llegó antes que ninguno porque Belén le pillaba al lado, ya que era oriundo de la península Arábiga, de Persia en concreto, de ahí los gorros frigios; el segundo es Melchior, que llegó desde Alemania, que cae lejísimos, porque le dejaron meter el camello en el AVE. Si Melchior hubiese nacido en Murcia, es un poner, el Niño Jesús aún estaría esperando en el portal, lo cual demuestra lo bien que sale todo cuando interviene la Providencia. El tercero de la fila es Balthassar, el africano; porque tuvo que cruzar selvas y desiertos, y vencer a los leones y a los hipopótamos, que por nadie pasen, para poder llevar la mirra al Niño Dios. La mirra huele de maravilla, por cierto, y Balthassar la revolvía con tabaco y fumaba la mezcla en una pipa muy chula mil quinientos años antes de que el tabaco llegara de América, lo cual es magia potagia de la que se adjunta prueba en la foto que ilustra este artículo, para que se vea que todo lo que digo es cierto, y venga otro whisky.
El tercer milagro (contando lo de la pipa) de los Reyes Magos tiene que ver con su vivienda habitual. Una vez pasada la Navidad, los Tres Reyes Magos se hicieron muy amigos y decidieron no separarse ya jamás nunca. Pero como la Virgen María y el Niño Jesús vinieron a Murcia a posar para la Semana Santa de Salzillo, los Magos se quedaron sin nadie a quien adorar, se marcharon de Belén y abrieron casa en el Reino del Preste Juan, al Oriente del Oriente. Hasta allí fue a verlos Baudolino, el hombre de confianza del Emperador Federico I Barbarroja, quien los convenció en el año del Señor de 1164 para que se fueran a vivir con él a Alemania y le alegraran la Navidad a los niños, y allá que se fueron, a la Catedral de Colonia, donde reciben visitas concertadas en su casa, que es un relicario gótico de oro puro, dotado de una magia poderosa que organiza la logística del reparto de los juguetes de todos los niños del mundo, sin que se pierda ni uno. Algo de esto se cuenta en Baudolino, una de las novelas más simpáticas de Umberto Eco, cuyo testimonio avala cuanto aquí se sostiene y cuya lectura (o relectura, incluso) recomiendo a los mayores de la casa, por aquello de que pasen un rato bueno de risas inteligentes.
Y ya me sirvo una última lágrima del whiskito, y termino con los milagros: ¿ustedes sabían que España fue el primer país del mundo elegido por los Magos de Oriente para regalarle juguetes a los niños? ¿Y que fue también en España donde los Reyes empezaron a dejar carbón a los niños malos, malosos y malandrines de los cataplines? Pues les cuento: lo de empezar por España fue una ocurrencia de Balthassar, el negro (digo “negro”, porque estoy muy suelto con el whisky; pero en general es mejor decir “africano”), quien pensó que nuestra patria se parecía mucho a su tribu, en lo simpático, en lo menesteroso y en lo calamitoso, y por eso Balthassar es el favorito de todos los niños españoles, porque es como de la familia, con su pipa y su camello gripado y glotón. Lo del carbón es más reciente y fue cosa de Melchior, el alemán, que es más serio, y cuando llegó a España y vio lo de la ESO dijo que había que poner coto a tanto penco suelto. Pero eso es otra historia, y yo a lo que he venido es a brindar con todos los niños que son y con los que fuimos, por un muy feliz día de Reyes, lleno de regalos y de alegrías.
Francisco Giménez Gracia
Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el 20 de diciembre de 2014