Cuentos estivales (XII).
Martín Piñero
Otra mañana –me contó mi pupilo anoche- el maestro jubilado don Pedro, llevó de excursión a los niños más allá de la ermita de San José de Burete y los caseríos de “lahoyaongil” (la “hoya de Don Gil»), a las vistas de las tierras del término municipal de Lorca. Una buena caminata. Aunque la mayoría se concentraban para partir desde la escuela (porque había escuela), por el camino se iban incorporando zagales de cortijos situados más al sur de nuestro sentido de la marcha.
A la sombra de una higuera enorme, tomaron asiento para descansar y tomar un tentempié. En aquella ocasión consistió en una buena rebanada de pan, el imprescindible tomate, las olivicas negras, y algo extraordinario: un “guardia civil”, que así le llamaban a las sardinas en salazón de bota o cuba, que eran –y son- un manjar exquisito, y que el día anterior el buen profesor, había comprado a un buhonero que –de vez en cuando- llevaba a aquellos cortijos pescados en salazón (como estas sardinas y las bacalás) y toda la quincalla que necesitaban. ¡Ah! También comimos unas deliciosas ciruelas cogidas de alguno de aquellos frutales.
-¿Veis aquellas tierras? –preguntó Don Pedro.
-Estamos en Cehegín. Si miramos hacia el Sur, Lorca, y si caminamos hacia Poniente, Caravaca. Aquí se juntan los tres términos. Aunque han sido límites muy curiosos y variables a lo largo de la Historia. Ya os contaré eso. Que hoy vamos a conocer otro asunto.
Y, mientras sobre la rebanada de pan cortábamos con nuestras pequeñas navajas el tomate en rodajas, a modo de plato, sobre nuestra mano izquierda y pellizcábamos los lomos de las sardinas, ajustó su sombrero y –dice mi pupilo- le sobresaltó con su pregunta.
-A ver, Gregorito –que así le llamaban- ¿tú sabes quién fue tu más antiguo e ilustre antecesor en estos pagos?
Y mi pupilo, Gregorito, se quedó sin saber qué decir. –No señor, le contestó.
-Pues por tus venas corre la noble e hidalga sangre del “Caballero del brazo arremangado”. De tanta fama que, hasta Cervantes en su insuperable Don Quijote, se inspiró en él y le citó con el nombre fábula de “Pentapolín del arremangado brazo”.
-Tus orígenes son lorquinos, pues Martín Fernández Piñero, fue el alcaide de la fortaleza de Lorca en los primeros años del siglo XV. Y su fama de caballero fuerte, valiente y audaz, llegó a todos los confines del Mundo conocido, hasta tal punto que, hacia 1425, el príncipe de la ciudad argelina de Bugía, Aben Raho ó Ebn-Rahb, decidió venir a la península para luchar con el caudillo lorquino en público desafío. Y se llegó hasta Lorca, a enfrentarse cuerpo a cuerpo al simpar Martín. Los ejércitos se enfrentaron en la llamada batalla de los Cabalgadores, por el aljibe de igual nombre, que en esa llanura existía.
-El sarraceno, desembarcó en Vera y acampó junto al aljibe. Trató de hacer una maniobra de distracción con su infantería, mientras avisó de su reto, por medio de un mensajero, al capitán Martín Piñero, que aceptó en el acto.
-Pese a que las fuerzas musulmanas triplicaban a las cristianas, el empuje y arrojo de Martín, puesto de adarga y su lanza de combate, a brazo descubierto (pues se remangaba la camisa y la cota de malla), buscó a Aben Raho, y comenzaron a combatir a caballo. En un golpe de fortuna, el moro hirió en la pierna al cristiano y, tal furia le hizo desatar, que de certero y fortísimo golpe le atravesó con la lanza y ensartó al príncipe de Bugía a su caballo, quedando los dos engarzados por la pértiga del arma. Desenfundó entonces su largo mandoble y persiguió a las demás tropas y jinetes con tal arrebato que los sarracenos, aterrados además ante el modo en que había sido muerto su caudillo, huyeron despavoridos.
Fue una victoria que acrecentó aún más su fama.
Unos años después -continuó don Pedro-, en 1434, un ejército nazarí de 300 caballeros y 500 infantes, saqueó estos campos y, especialmente en Calasparra, hizo un gran botín.
Los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, que administraban la fortaleza de Calasparra, solicitaron ayuda a los de Santiago de Caravaca, quienes –a su vez- recurrieron al gran Martín que se enfrentó en el Puerto del Conejo de Moratalla al ejército saqueador, derrotándolo con tropas mucho menos numerosas de lorquinos y caravaqueños, recuperando lo robado y liberando a los prisioneros.
Por tantas hazañas, fue conocido como el “caballero del brazo arremangado” dada la desnudez de su brazo derecho a la hora de combatir.
Casó su hija, María Piñero, con Alonso Fajardo, al que armó caballero, y que fue señor de Caravaca, del que ya os contaré también una de las más ilustres páginas de la Historia medieval de España, que este yerno de Martín escribió.
De su matrimonio con María Piñero tuvo Alonso siete hijos: Gómez Fajardo, comendador de Socovos, de la Orden de Santiago, casado con Beatriz Corella; Martín Fernández Fajardo (el de la ceja blanca); Pedro Fajardo, alcaide de Caravaca, y Diego, casado con Leonor de Mendoza.
Y sus hijas se llamaron Mencía, Constanza —fallecida muy joven— y Aldonza que se casó con Garci Manrique, tío del célebre poeta Jorge Manrique.
Muchos de estos primeros piñeros, unieron los apellidos Fernández y Piñero, y así, por ejemplo, Martín Cuenca Fernández-Piñero (1669-1747), autor de la obra “Historia Sagrada de las ocho maravillas del Mundo”, sobre la Aparición de la Santísima Cruz de Caravaca y que, como Capellán Mayor de la Real Capilla de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca, el verdadero artífice del Santuario, tal y como hoy lo conocemos. Con la creación de los Registros civiles, se simplificaron los apellidos compuestos y unas ramas optaron por Fernández y otras por Piñero, de modo que ahora, ambos sois parientes del mismo árbol, aunque ya no lo sepáis. –Aseveró el maestro.
Todos quedaron admirados y mi pupilo, se sintió entre abrumado y lleno de orgullo. Espero que nunca olvides tus orígenes caballerescos, Gregorito. –Cuenta mi pupilo que le dijo don Pedro.
Los niños, que habían acabado sus almuerzos, regresaron hasta sus casas, para llegar a buena hora para la comida y la sagrada siesta.
No he olvidado la lección de Historia de don Pedro. Ni ésta, ni otras más. Sirva este cuento de recuerdo y homenaje a tan ilustre Maestro. –Me ha dicho.
Y, ya en la cama, he recapacitado y llegado a la conclusión de que sí que tuvo que ser fuerte la lanzada para atravesar a jinete y caballo de un solo golpe. A parte de valiente caballero, algo de bruto también debía ser el tal Martín.
(Continuará…)
Gregorio L. Piñero
(Foto: Martín Fernández Piñero, el “caballero del brazo arremangado” ensartando al príncipe de Bugía. Óleo de Miguel Muñoz de Córdoba, que se encuentra en la Sala de Cabildos del Ayuntamiento de Lorca).