Mayti Zea Escudero. Yo aprendí a leer…

Mayti Zea Escudero

Mayti Zea Escudero

Con mi hermana en la época en la que aprendí a leer.

 

A mi madre, quien al contarme tantas veces cómo había aprendido a leer me permitió conservar en la memoria las sensaciones y emociones de aquellos momentos.

 

       —Chari, la niña ya sabe leer.

      —Eso es imposible: es muy pequeña. Aún no ha cumplido los cuatro años.

      —Voy a la clase por la cartilla y te lo demuestro.

      Todos los jueves por la tarde, mi madre organizaba una merienda para las maestras de Parvulitos, Preparatoria e Ingreso. Tenían libre esa tarde porque los alumnos recibían educación religiosa. Y es que nosotros (mi padre, mi madre, mi hermana y yo) vivíamos en el ala sur del tercer piso del colegio ya que mi padre era el director.

      El colegio San José y San Estanislao, coloquialmente conocido como “el colegio de la Pescadería” porque estaba frente al muelle, era un centro seglar pero bajo la dirección espiritual de los padres jesuitas y exclusivamente para alumnos varones.

      El aula de Parvulitos (si no recuerdo mal eran alumnos de 5 y 6 años) estaba muy cerca de nuestra vivienda. Al principio era mi madre la que me llevaba allí porque en casa me aburría; pero pronto aprendí a cruzar una especie de recibidor decorado con unos muebles tipo castellano de patas torneadas y asientos de cuerda que me encantaban, subir dos peldaños, atravesar la clase hasta el fondo y colocarme junto a la señorita Carmen.

      La señorita Carmen era una persona especial. Había sido monja, pero se tuvo que salir para cuidar de una hermana delicada de salud. Era dulce, cariñosa y ¡olía tan bien! El tipo de maestra que deja huella y difícilmente se olvida. A veces me daba algún papel para que dibujara, pero la mayoría de las veces me dedicaba a observar y escuchar mientras iba dando de leer alumno por alumno. Así fue como aprendí a leer. De una manera totalmente natural y espontánea. Sin ningún tipo de imposición ni obligación.

      Cuando la señorita Carmen volvió con la cartilla, me puso a leer, e iba saltando de página mientras yo recitaba de corrido. Según mi madre aquello fue todo un acontecimiento y yo estaba deseando que llegara mi padre para poder demostrárselo. Como premio, mis padres me obsequiaron con una bolsita de monedas de chocolate: todo un regalazo por aquel entonces.

      De aquella época, pero ya un pelín mayor, cinco o seis años, guardo el recuerdo más emocionante de mi vida relacionado con el aprendizaje lector, concretamente con la comprensión lectora. Fue cuando entendí un pequeño texto que había en la contraportada de una cartilla. La historia de una niña que, asomada al balcón, observa la llegada de las golondrinas como preámbulo de la primavera. Desde entonces he tenido una especial predilección por estas aves. Daría mi reino por poder saber qué cartilla era exactamente; posiblemente alguna de las cartillas Álvarez, pero por mucho que lo he intentado no he podido averiguarlo.

      Mis primeras lecturas fueron los cuentos troquelados. Me gustaban especialmente los que llevaban un pequeño juguete relacionado con el personaje o la historia: “La ratita presumida” traía una escoba; “El sastrecillo valiente”, unas tijeras de plástico; “El gatito Mix”, un cascabel, “El doctor Hazo” con su fonendo… A principio de los sesenta, juntaba las estampas y los cuentos troquelados de Ferrándiz, mi ilustrador favorito durante mucho tiempo, hasta que a cierta edad ya me pareció de un cursi redomado.

      Hasta los 9 años estuve escolarizada en el “colegio de mi padre”, una única chica en clases de chicos durante muchos cursos. Un poco antes de cumplir los 10 entré en Ingreso en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús, solo de niñas y perteneciente a la orden de las Carmelitas. Allí estuve hasta terminar el bachiller superior. Me gustaban los libros; sin embargo, tengo muy poca memoria respecto a lo que leía durante todos esos años. Tal vez porque dedicaba más tiempo a jugar o a hacer la cantidad inmensa de deberes que me mandaban y que tanto aborrecía. Solo recuerdo que me encantaban las lecturas de la Historia Sagrada de las Enciclopedias Álvarez, los chistes, anécdotas, citas y otros escritos breves de la pequeña revista de Selecciones Reader’s Digest que llegaba a mi casa puntualmente, algún libro de Enyd Blyton y, por supuesto, ¡tebeos!

      A partir de 4.º de bachiller comenzó mi entusiasmo lector: leía todo lo que caía en mis manos. De los libros “obligatorios” (ya en bachiller superior) me impresionó Pepita Jiménez de Juan Varela. Aquella historia de amor que parecía imposible entre un seminarista y Pepita, que encima se iba a casar con el padre de este, me resultó tremendamente sugerente y moderna para la época. Y ¡además con un final de cuento de hadas! A través de las compañeras descubrí a Martín Vigil. Del novelista jesuita leí Un sexo llamado débil y La edad prohibida. Para nosotras, adolescentes en la época franquista, este escritor, con una narrativa moderna y comprometida para la época aunque teñida de sentimientos religiosos, supuso todo un descubrimiento.

      Luego llegaron muchos más libros a través del Círculo de Lectores (mi padre se hizo socio pero me dejaba a mí elegir los títulos), de intercambios con los amigos,  préstamos de las bibliotecas; libros comprados, recibidos como regalos… Hasta hoy.

      Como gran apasionada de la lectura y consciente de los muchos beneficios que esta nos aporta (no voy a enumerarlos aquí porque daría para otra entrada al blog), durante mi vida profesional no solo intenté hacer de mis alumnos lectores eficaces con la fluidez adecuada y una buena comprensión; sino que desarrollé estrategias para el tipo de lectura que se realiza con el propósito de estudiar y aprender. Y también para esa otra que no requiere calificación ni está supeditada al servicio utilitario de la enseñanza y cuyo objetivo es que los niños descubran el libro.

      Educamos a nuestros niños para prepararlos para la vida y la lectura es un pilar fundamental, pues, como muy bien dice Ángel Gabilondo, “el acto de leer forma parte del acto de vivir” o una de las mejores formas de estar vivos.

 

Mayti Zea Escudero

Maestra jubilada.

Del blog Yo aprendí a leer, de Mayti Zea

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