Ahí está Bolaño
Ahí está Bolaño, parado en mitad de un espacio amplio y liso, probablemente una plaza o un parque, al fondo se ven árboles y un fragmento de una zona ajardinada, un lugar que recuerda vagamente a «la plaza Nueva» de Sevilla, o a alguna de esas otras plazas en otras tantas ciudades por las que he cruzado ocioso, tratando de encontrar en mi cabeza palabras con las que describir en dulce cascada de términos más o menos nobles, arquitectónicos e incluso artísticos lo que veían mis ojos; luego todo se ha desvanecido en mi mente y he quedado absorto en las andanzas inestables de un crío al que vigilaba de cerca su madre, sentada en un banco teléfono móvil en mano; luego, súbitamente, he sentido la acuciante necesidad de salir de ese espacio aislado de las batallas urbanas y sumergirme en la furia donde forjan su estilo los bravos poetas y encuentran motivos los lectores salvajes.
Ahí está Bolaño, mirando a la cámara desde detrás de sus gafas, intentando esbozar una sonrisa que no acaba de cuajar en su boca y que termina dibujando en su rostro un gesto entre desolado y triste, como si la mañana (por algún motivo creo que la foto se la han hecho por la mañana), se desplegara ante él inaprensible, confusa, en alguna medida pavorosa.
Tiene la mano derecha en el bolsillo frontal del pantalón, mientras la izquierda sostiene sobre el hombro el asa de un bolso que cuelga a su espalda; su indumentaria y la forma en que posa ante la cámara, entre despreocupada y a la vez no desprovista de cierta coquetería, remiten a una persona joven, no un joven despreocupado o insulso, sino un joven al que podemos situar sin chirridos entre todos aquellos otros jóvenes que protagonizaron aquel hermoso intento de subvertir el orden establecido que fue el Mayo del 68, un joven que pasa muchas hora en las bibliotecas y en los cines y en fructíferas tertulias de café con amigos que ocasionalmente escriben poesía o estudian ciencias políticas o construyen utópicas teorías que en teoría habrían de permitir que el mundo cambiara. Pero en su mirada está sobre todo la poesía, el desesperado deseo de consumir la vida persiguiendo versos, encontrándose y reconociéndose entre las más desgarradoras páginas de poetas alucinados y poetisas suicidas.
Y sin embargo si miras con atención su rostro, no ves el rostro de un joven, sino las facciones de un hombre que es posible que ya camine por la vida vigilado estrechamente por la muerte, que parece mirar muy a lo lejos, y muy profundo, hacia un lugar en el que ya nadie le acompaña, un lugar donde incluso la poesía tiene miedo: como él mismo dijo, sólo los poetas pueden soportarlo todo.
Máximo González Granados
¡Genial! Me ha gustado mucho este escrito.
Gracias Mecedes, me satisface mucho que te haya gustado.