Nació en una jaula, no entendía de libertad; sin embargo, desde que su pico se hizo fuerte, se dedicó sin descanso a intentar romper el cordón que ataba la puerta de aquella cárcel. Y lo consiguió. Una mañana apareció partido en el suelo del balcón, la puerta abierta, la jaula vacía. «No sobrevivirá —sentenciaron sus dueños—, estos pájaros solo viven en cautiverio». Desde la rama de un árbol de la avenida, el periquito los observa, tan desvalidos, sin alas. Le entristece que no sean capaces de ser libres, que cada día acaben encerrados entre las mismas paredes, que no traten de romper cerraduras, destrozar puertas, franquear ventanas… Finalmente piensa que cada uno vive según su naturaleza. Abandona la rama e inicia el vuelo. El mundo lo espera.
Maribel Romero Soler