Vienen veloces del azul oscuro, al anochecer, quién sabe qué, o quiénes, y me inquieta su sombra, aleteos negros que tiemblan, reverberan y desaparecen al instante. Fugaces señales de ese otro mundo que no veo, pero que sé que está aquí, ahí, rodeándome, yo sumergido en él sin apenas saberlo. Al otro lado de ese velo invisible. Esa vibración oscura deja su eco dentro de mí, en el centro de mi pecho, una inquietud anhelante, ondas que no encuentran su reposo en el mar del infinito. La paz. La serenidad. El infinito contemplando al infinito. Y de pronto, las hojas oscuras y brillantes del magnolio se recortan contra el azul eléctrico del cielo, mientras contemplo el mar abajo en profunda calma. Esa suavidad me invita a una dulce disolución. La vida, esa fugaz vibración oscura, un aleteo, un anhelo de intensidad. Así el ser que vino de la nada vuelve a su eterna e inconmovible calma, olvidando hasta la posibilidad de ser, habiendo sido.
Santiago Tracón
Un texto poético y profundo donde reposar y disolverse y ser.
Muy hermoso.