BookCrossing sin derecho a apelación
¿Existe algo peor en este mundo que una mala sentencia? «Un libro largo y mal escrito», me dije. De ahí que no sintiera remordimientos cuando lo dejé abandonado en un banco de la avenida. Pensé que no existía una fianza literaria, lo suficientemente portentosa, como para que lo salvara de su fatídica condena, a pesar de ser consciente de que ni siquiera el mejor de los bronceadores con un alto porcentaje de protección sería suficiente para borrar las huellas de mi abandono. Sin embargo, un piadoso rayo de luz me iluminó antes de alejarme de él, y mi fama de abogado de pleitos pobres hizo el resto, porque le concedí una última oportunidad en forma de inscripción final. Al día siguiente, cuando me acerqué a comprobar si todavía permanecía donde yo lo había dejado no me extrañé al no verlo. En definitiva, sólo se trataba de un pésimo libro que yo mismo había redactado sobre escritores fracasados metidos a abogados sin diploma en judicatura, bajo cuyo título se exhibía un pósit que ponía: «BookCrossing sin derecho a apelación»; un epitafio que a él, sin embargo, lo salvó de mi condena.