Esa carta, que pensaba escribir para recordarme a mí misma lo bueno que hay en ti, al final no la escribiré porque antes de empezar siquiera me di cuenta de que se me había secado el tintero de la paciencia y que del puñado de buenas voluntades que creía manejar no quedaba ni una. En el fondo del baúl de mis sentimientos no había más que soledades y el pozo del amor estaba vacío como si alguien hubiese sacado el corcho de su desagüe. Se me trabaron las metáforas y te vi con un disfraz de serpiente con orejas de lobo observándome con frialdad porque había demostrado ser dura de devorar. Garabateé algo sobre aquel tiempo prehistórico llamado enamoramiento, y quise resaltar tus cualidades de padre. Sin embargo te veo incapaz de dar un solo paso atrás para dejar a nuestro hijo que respire aires de independencia y en lugar de elogiar de nuevo comencé a criticar. Más vale que ni intente terminar esa carta nunca escrita por lo cual borraré de mi portátil todo el fichero y de mi cabeza cualquier pensamiento acerca de ti. A lo mejor así encontramos algo de paz cada uno en su silencio.
Dorotea Fulde Benke
Que triste,,,,la soledad como única opción a la paz interna. ¿No hay forma de encontrar salida a las relaciones corrosivas?.
No es una historia única ni nueva, pero la trasladas de forma impecable.
Un abrazo
Annabel
Duro, triste y perfecto. Mejor guardar las palabras cuando son para herir. Las tuyas nos dejan entrever un amor lejano y el dolor del presente.
Un abrazo.
El lado oscuro de la convivencia. Crudeza y realidad. Por desgracia, demasiado frecuente. Un abrazo.
Cuanto dolor dejan algunas actitudes resistentes. Realidad desoladora como dice José.
Beso