Confesándome. Por Dorotea Fulde Benke

confesionario

No fue ayer ni hace algunos años… Transcurría la última semana de la catequesis y nos había hablado el cura sobre la sinceridad absoluta con la que había que afrontar la confesión previa a nuestra gran fiesta de la primera comunión. Camino a casa me esforcé por encontrar pecados importantes y serios que iban a ‘quedar bien’ a oídas del cura cuando me las escuchara a través de la rejilla de madera, amortiguado por la cortinilla de terciopelo y suavizado por la leve sordera que el hombre sufría. Sin embargo, por más que le diera vueltas, no pude pensar en nada peor que el haberle sacado la lengua a mi hermana mayor o no haber rezado en un par de semanas por la salud del abuelo. Tampoco quise pedir ayuda a Mamá que estaba tan contenta de que las dos niñas fuéramos tan buenas. Seguro que la entristecería tener que buscar conmigo en mi memoria pecados dignos del confesionario.

A la tarde siguiente me arrodillé en el banquito y el cura me saludó cariñosamente. No pude hablar, tan preocupada estaba de no tener nada que confesar.
-¿Qué te pasa? Tan grave no será lo que tengas que decirme. Venga, desembucha. … Ave María Purísima… -me quiso ayudar.
Una idea atravesó mi mente y sin pensarlo un instante, lo dije:
-¡He robado una goma de borrar!
-¿Tú? Vaya, y ¿puedes devolverla?
Ya tuve que pensar un poco más.
-No, no puedo.
-¿Por qué? ¿La perdiste?
-La vendí, -estaba decidida a ser mala, pero que mala, malísima.
-¿Qué te dieron a cambio?
-Dinero, -casi no me quedaba voz para seguir mintiendo pero saqué fuerzas de flaquezas- mucho dinero.
-¿Mucho? -Su voz, normalmente seria, tembló un poco. ¡Me estaba tomando a broma!
-¡Sí, mucho!
-¿Por una goma?
Me había pillado, o quizá no.
-Es que lo he hecho muchas veces.
Seguramente en consideración a la larga fila de compañeras que estaban esperando detrás de mí, decidió pasar página.
-Pues te rezas tres Padre Nuestro y cuando vayas a casa se lo cuentas a tu madre, ¿de acuerdo?
-Amén, -fue todo lo que me salió como respuesta. ¿A Mamá que siempre nos decía que lo más importante era el respeto a los demás, a sus cosas y opiniones?

Efectivamente, Mamá se puso triste y quiso saber a quiénes había quitado las gomas de borrar. Nombré a tres de las compañeras que siempre presumían de estuche nuevo y lapices con punta. Ante mis lágrimas por no saber decirle la verdad ni -¡peor!- confesar que había mentido al cura y ahora a ella, me dio un beso y me hizo prometer que no volvería a hacerlo. Eso sí, tuve que comprar con las monedas que había en mi hucha tres gomas preciosas para regalárselas a las niñas a las que presuntamente había robado las suyas.

Para que os sirva de lección de no confesar pecados inventados ni secretos ficticios. A veces es mejor confesar que por cobarde, bonachona o falta de oportunidades una ha sido buena a reventar. Como es lógico, no he vuelto a pasar por la misma situación. Primero tuve pecadillos que confesar y más tarde dejé de confesarme de cualquier manera. Hasta este instante…

Los confesionarios están abiertos en …

Dorotea Fulde Benke

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Un comentario:

  1. Elena Marqués

    Comprobado: todas las mentiras traen cola,incluso delante del confesionario. Siempre nos haces pasar un buen rato, Dorotea. Muchas gracias.

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