Los sufridos lectores que tiempo atrás me hayan leído en esta misma revista sabrán del valor que otorgo a los primeros minutos de la jornada, en concreto a la hora del desayuno, cuando uno adquiere conciencia de que le quedan veinticuatro horas por delante de incierto destino y templa su espíritu por lo que le pueda caer.
Para empezar, la actualidad se descubre ante el televisor que me observa, que a veces nos observa, desde el banco de la cocina. Y desde hace ya demasiado tiempo, esa actualidad deviene en un descenso a los infiernos de la información, a las mazmorras más insalubres y corruptas de la sociedad. La mirada no sabe a qué herida, con o sin sangre, acudir. Mucho debatimos en casa sobre la actitud ante la avalancha de despropósitos, crímenes y ruindades que despide la pantalla, en telediarios rebobinados cada quince minutos. A menudo oscila, según la edad y el histórico de cada cual, entre el escepticismo, la rabia y la ironía. O la poción destilada de varios sentimientos: desolación, impotencia, rebeldía y duelo. Nunca indiferencia.
Redactamos sin proponérnoslo nuestra propia columna diaria para concluir que el mundo, nuestro país y concretamente nuestra Comunidad Autónoma, la valenciana, siguen tan podridos o más que ayer y tan trufados de sinvergüenzas. A veces nos sale en forma de hoja de reclamaciones al aire, sin destinatario concreto, o como reflexión amarga sobre leyes y decretos que son una chapuza, o sobre decisiones políticas de consecuencias siniestras. Otras como resumen improvisado de un malestar que, más allá de las paredes de mi casa, intuyo colectivo, casi ecuménico.
La invalidez y servilismo de la clase política que nos rige ha obrado el milagro de volver a reunir a las familias españolas a diario, pero no ya sólo como antaño para disfrutar de un concurso entretenido en la tele o hasta para rezar el rosario, sino para hacernos sentir culpables por ser incapaces de cambiar una situación que va de incómoda a agónica en cualquier persona con un mínimo de sensibilidad social. Ayer lo comentábamos: no cabe otra postura práctica que hacer lo posible para cambiarla desde dentro, desde los puestos de responsabilidad de gobiernos, partidos y sindicatos. También molestándose en salir a manifestarse cívicamente cuando la ocasión se presente. Y en las urnas, por descontado.
Porque el otro camino que algunos -por desgracia cada vez en mayor número- propugnan es ese radicalismo instintivo del acorralado sin presente ni futuro. Del miserable del siglo XXI. Una actitud que aboca a la revolución, palabra ésta mayor y peligrosa donde las haya.
Rafael Borrás Aviñó
En estos párrafos de magnífica prosa, sustancias el sentimiento y la actitud, al igual que de la tuya, de mi propia familia, y creo que la de muchas otras familias españolas. Gracias por expresarla y compartirla. Nuestra actitud (la de mi familia) ante lo que vierten a diario los medios de comunicación no puede ser otra que la del asco, y nuestra posición ante los hechos, la de la firmeza en la defensa pacífica, siempre pacífica, de los principios de ciudadanía en los que creemos Estimamos que nuestra principal herramienta para cambiar las cosas es el voto. Que ninguna de las opciones nos representan, pues todas han contribuido de una forma u otra a llevarnos a la situación en la que estamos, pero nuestro voto (unido al de muchos otros ciudadanos) es el único capaz de cambiar la cosas. Que no hace falta votar a una opción política para que nuestro voto sea útil y manifieste con justeza lo que pensamos. Que basta escribir en una papeleta cualquiera una frase que lo defina: NO NOS REPRESENTAN, u otra. (La papeletas nulas han de acompañar necesariamente al expediente electoral).
Tu agudeza crítica es certera, nuestro voto es su licencia para matar. ¿De verdad nos representan? A mí no. Ni estos ni ningunos
¿»Qué nuevo leñador esperaremos
que venga con nosotros a esperar
con su pobre escudullia de madera,
una nueva Utopía?»
«Que venga de nuevo el leñador»
Destaco esto: «Redactamos sin proponérnoslo nuestra propia columna diaria para concluir que el mundo, nuestro país y concretamente nuestra Comunidad Autónoma, la valenciana (yo pongo la andaluza, que también es para morirse directamente de vergüenza), siguen tan podridos o más que ayer y tan trufados de sinvergüenzas. A veces nos sale en forma de hoja de reclamaciones al aire, sin destinatario concreto…».
Siempre me acuerdo de una frase que decía el exmarido de una amiga: «Los españoles protestamos, nunca reclamamos».
Igual hay que materializar esa columna diaria en algo más concreto y real, «redactar» una verdadera reclamación sin victimismo ni sentimiento de culpa. Pero ¿alguien tiene la fórmula?
Así nos sentimos todos. Asqueados.
Es tan bueno este artículo como todos tus relatos. Siempre destilando, con la pulcritud de tus palabras, una realidad que nos abofetea y asquea con cada oleada de noticias. Despertándonos cada día sin saber con que nueva corrupción nos van a sorprender, demostrándonos la imaginación que les falta para gobernar.
En las urnas es donde debemos ejercitar la memoria histórica, si es que nos permiten llegar vivos a las próximas elecciones… Gracias por volver a deleitarnos con tu creatividad.
Tu fiel lectora…
Sabes que detesto darte la razón como a los locos, pero es que en este caso no podría estar mas de acuerdo con tus sabias reflexiones, y me duele hacerlo, no por el hecho de coincidir con tu análisis, sino por el lamentable alcance de su contenido. Como diría ese gran sabio llamado Chiquito de la Calzada: «La cosa está muy mala», pero la solución no debe ser igual de mala. Hay que desmontar el sistema que han montado estos necios utilizando sus propias armas, que al fin y al cabo son las armas de todos, solo que ellos han pervertido su uso en su propio beneficio. Demostrémoselo en las urnas y mediante la resistencia pacífica en las calles. Las revoluciones, tenemos ya muchas pruebas de ello, siempre dejan su lamentable rastro de dolor y de sangre, y no creo que el resultado final compense los daños producidos. Al menos no para los que se quedan en el camino.
Un abrazo, figura.
Hacía mucho tiempo que no me asomaba por aquí, reconozco que desde que dejaste tu publicación mensual me esfuerzo menos por buscar un hueco en mis quehaceres diarios. Una sorpresa empeñarme hoy en encontrar el hueco y ver tu nombre. Echo de menos leerte. Respecto a lo leído, me has recordado a mí en un escrito que envié a un periódico hace ya un año, con la ilusión de que fuera publicado, las palabras serían mi arma de «revolución». Por supuesto no llegó a publicarse; volví a la realidad. Un abrazo fuerte y besicos, Rafael.
Como cuando colgaba relatos, os agradezco con la misma sinceridad a quienes habéis comentado esta especie de discurrimiento al hilo de lo cotidianamente visto y soportado. Escribir sobre esto es más fácil que dar con una historia de ficción ocurrente, creíble y atractiva, ya que en el primer caso basta con abrir los ojos y aguzar el oído. Abunda el material. Simple. Lo sabéis tan bien como yo.
Ojalá esta sociedad nos vaya dando en lo sucesivo más motivos para sonreír y soñar que para la tristeza. Más vías hacia la esperanza, en suma.
Un abrazo a los siete. Ah, y una muy feliz Navidad y un fecundo año 2014 en lo literario a todos los amigos de esta entrañable página.
Caramba, Rafa, mira por donde, calladito desde Julio y en un mes tan intrincado como este donde se mezclan la lujuria y la caridad, te descuelgas como una araña en busca de alimento. Genial. Eres un crack, tío.
Comparto, suscribo, ratifico…, todo lo que dices. Sólo un leve “pero”. O mejor, dos. Y no son míos, sino de Pérez Reverte, un tipo que se luce demasiadas veces con sus discursos apocalípticos. Me ha venido a la cabeza una entrevista que le hizo Jordi Évole en televisión, no hace mucho. Respondía, respecto a los unos: “…no cambiarán, están esperando a que se pase la crisis para volver a hacer las mismas cosas”. Y, respecto a los otros: “…son las élites financieras de hoy en día, cuando salen del Parlamento todos son compadres; del PP, del PSOE o de donde sean…, en el Palace todos se llevan de maravilla, parece increíble que un momento antes se hayan tirado los trastos a la cabeza”
Me quedo, por lo quejumbrosa, con esa frase nominal del último párrafo: “De los miserables del siglo XXI”. Pero, ¿cómo serán los del XXII? Quizá Cormac McCarthy tenga ya la respuesta. Gracias por recordárnoslo, Rafa.
A tus peros, José Luis, no les pongo ningún pero. Ante las urnas puede actuarse de muchas maneras. Una de ellas es la más sencilla y puede que también la que más nos convenga ahora mismo: que al final de la próxima jornada electoral la clase política se encuentre con miles y miles de urnas llenas de papeletas en blanco. Acaso sería la mayor lección ciudadana que podríamos darles.
Estoy contigo y con el maestro Pérez-Reverte. Doy fe del compadreo entre despiadados rivales políticos cuando desaparecen cámaras y micrófonos.
Aunque tengo mis dudas de si incluso con ello escarmentarían.
Un abrazo y feliz Navidad.